No fue la crisis sino la falta de previsión o de modelo. Pero las últimas legislaturas dejan tras de sí un rosario de proyectos culturales iniciados e incluso alguno concluido que, en el fondo, son hoy verdaderos cementerios de euros. Muchos incluso aún hipotecan las arcas de la Administración y lo seguirán haciendo durante años. Es su destino, una pesadilla para otros.

El reciente anuncio del final del sueño de la Torre de la Música que iba a convertir a Valencia en un nuevo referente mundial, aunque ahora de la música, y la desaparición por el camino de los tres millones necesarios en los preparativos de aquel proyecto que unía a la SGAE, la Generalitat y la Berklee americana, no es más que el último ejemplo de un sinfín de megaproyectos que han dejado enterrados a lo largo de toda la geografía valenciana decenas de millones de euros.

Todo ello sin tener en cuenta iniciativas puntuales de las que no queda una memoria colectiva, aunque sí muchas fotografías promocionales que a más de uno sirvieron en su momento para su lucimiento y ascensión personal.

Hay casos estridentes que el tiempo ha logrado casi borrar. Uno de ellos, y de los más sonados, es la Ciudad del Teatro, un megaproyecto ideado en época de Zaplana por la Generalitat para acallar las críticas por el desplazamiento de la Ciudad del Cine— más de doscientos millones gastados en su construcción, ahora abierta al mejor postor— de Sagunt a Alicante.

De la mano de la actriz Irene Papas, contratada para darle luz al proyecto y acompañar a Zaplana de la mano, acabó siendo uno de los planes más ruinosos de los que se recuerdan y del que nadie quiere hablar. Para su materialización en los terrenos de los antiguos Altos Hornos—terrenos que después de todo este tiempo aún no han sido transferidos—, la Generalitat tiró de la mano de un amigo de la actriz griega, el arquitecto Manos Herrakis. 300.000 euros fueron suficientes para que el arquitecto heleno diseñara una maqueta. El plan contemplaba, además de la rehabilitación de la Nave principal del complejo, la construcción del Helix, un teatro al aire libre con capacidad para 2000 personas, entre otras rehabilitaciones. Aquello iba a ser la bomba. Total, veinte millones de nada para aquel teatro. De aquel proyecto sólo queda en pie La Nau, un espacio al que se destinó para su rehabilitación 30 millones de euros. Más de las mitad todavía los debe la Fundación en la que participa la cuñada del expresidente Camps, pero sin actividad.

Sin embargo, La Nau, que en sus orígenes albergó espectáculos millonarios como Las Troyanas—tres millones sólo el montaje, sin contar la carísima escenografía que se le encargó a Santiago Calatrava y que durante años ha permanecido abandonada a sus puertas— o Las Comedias Bárbaras—otros tantos millones—entre otros muchos más, lleva dos años cerrada. Según la Generalitat, abrir La Nau sólo durante un mes como sede del festival Sagunt a Escena cuesta en torno a los 400.000 euros. Apenas tiene actividad local, aunque ha albergado alguna misa multitudinaria o ha sido alquilada para conciertos de rock. Pero poco más.

La Nau de Sagunt es lo único que queda en pie de aquella iniciativa en una autonomía donde el teatro pasa uno de sus momentos más complicados, como atestigua la propia profesión, y en laque su Circuito de Extensión agoniza.

Eran otros tiempos, dirán algunos. Sí, tiempos de bombo y platillo. Hasta el extremo de que se planeó destinar un palacete del barrio del Carmen para que Rostropovich tuviera un centro de perfeccionamiento—el maestro ruso al borde del retiro cobró casi un millón de euros por ofrecer tres conciertos en la Comunitat Valenciana— mientras el dinero se desplazaba a través de Ciudades de la Lengua, el Rock o los Libros, se diseñaban museos para los trajes, academias para la danza o se soñaba con comprar céntricos cines para albergar la Filmoteca Valenciana mientras la antigua vivienda anexa generosamente adquirida a la familia de Vizcaíno Casas terminaba sobre plano convertida en un dúplex con piscina.

En un momento en el que se reactiva el debate sobre los doce millones que Calatrava cobró por el proyecto de las Torres de la Ciudad de las Ciencias o el Agora permanece inconclusa, pocos se preguntan qué fue de la ampliación del IVAM. Más que nada porque cinco millones de euros fueron destinados en apenas un par de años al diseño de su realización por parte del equipo de arquitectos japoneses Sanaa. Algunos dicen que se hará. Por fases, claro. Al menos existe solar. Comprado a base de expropiaciones y quejas vecinales. Pero seguro que su ejecución ya no costará los 45 millones previstos. Si es que un día se vuelven a olfatear.