Hace apenas unos días dos de los más importante restauradores del Louvre abandonaban el comité asesor del museo parisino para protestar por la forma en que se había retocado una de las obras de Leonardo Da Vinci en su última restauración. Desde hace años, en la Comunitat Valenciana, muchos expertos y restauradores han venido cuestionando los criterios intervencionistas y el afán restaurador del Instituto Valenciano de Restauración y Conservación (Ivacor), instalado en Castelló por decisión personal de Carlos Fabra, y que dirige Carmen Pérez. Pese a ello, las voces siempre han sido calladas y nada ha sucedido.

Sin embargo, los propios datos del Ivacor, que apenas cuenta con una exigua plantilla de personal, son abrumadores y obligan a realizarse un sinfín de preguntas.

Y es que, según el balance del organismo, desde su creación en 1995 ha restaurado casi cuatro mil obras de arte, lo que arroja una media de casi dos piezas al día.

«¿Es posible ese ritmo?», se preguntan algunos, especialistas en restauración, cuando una obra de arte necesita de cuidado extremos y un análisis profundo antes de realizar cualquier intervención.

«No existe control. Muchas veces se contratan restauradores externos que trabajan como autónomos y a veces en sus propias casas. Nadie supervisa y los trabajos se hacen a marchas forzadas. Pero o lo coges o lo dejas porque apenas hay trabajo, el mercado lo tienen copado y estás con ellos o contra ellos», comenta un antiguo restaurador del organismo.

Bien es cierto que el Ivacor cuenta con un órgano asesor dentro de su patronato o consejo rector, pero también es verdad que es la propia directora del mismo la que decide con quién trabajar o qué restaurar. Aunque sus presupuestos dependen de financiación pública, sus trabajos no siempre han estado orientados a organismo institucionales. Ha restaurado mucha obra privada, tanto de la Comunitat como de fuera de Valencia, algo que podría contradecir su génesis de creación. El patrimonio de la Iglesia ha sido uno de los más beneficiados en todos estos años, pero no han quedado al margen piezas traídas de fuera para exposiciones de carácter temporal.

Lo más preocupante para los especialistas es conocer qué nivel de supervivencia tendrán algunas de las obras debido a la urgencia de la intervención y las manos que trabajan sobre ellas, si resultan o no agresivas o el tiempo les pasará factura. Es terreno acotado. Tampoco hay límites: desde material arqueológicos, a cerámico o incluso pintura rupestres.

El patrimonio valenciano está en manos únicas y por lo visto no hay fronteras ni horizontes y cuestiona los propios servicios de museos y otras instituciones.