Un niño ciego desde los tres años —consecuencia de una epidemia de garrotillo (difteria) en el Camp de Morvedre— que llega a ser uno de los autores de música clásica más interpretados en el siglo XX. Ese es el misterio de la vida de Joaquín Rodrigo (Sagunt, 1901 - Madrid, 1999). El personaje histórico había sido objeto de estudios parciales, pero no tenía una biografía completa, «canónica». La Institució Alfons el Magnànim (IAM) ha cubierto ahora ese hueco —a propuesta de Cecilia Rodrigo, hija del compositor y presidenta de la fundación que lleva su nombre— con el libro realizado por Carlos Laredo (A Coruña, 1939) a partir fundamentalmente de la correspondencia del músico y las memorias de su mujer, Victoria Kamhi.

La obra se centra en el lado más personal del biografiado y dedica especial interés a sus difíciles comienzos, calificados de «odisea» por Rodrigo en una carta a Manuel de Falla. Así, dos tercios de las 400 páginas del libro profundizan en la vida del músico hasta 1940, cuando el director Mendoza Lasalle estrenó con la Orquesta Filarmónica de Barcelona (en aquella ciudad) el Concierto de Aranjuez, cuyo éxito superó desde el primer momento «todas las expectativas» y le reportó la ansiada estabilidad económica e incluso, en el final de sus días, el título de marqués.

Pero antes del triunfo, la biografía de Laredo —trató a Rodrigo durante treinta años— se detiene en la infancia acomodada del autor, su confianza en sí mismo pese a la ceguera, los años felices de formación en París (con Paul Dukas, especialmente, de quien dijo que aprendió a ser ecléctico), los primeros elogios (de Falla, por ejemplo) y éxitos y el descubrimiento del amor al conocer a la joven Victoria Kamhi, de origen judío.

Ese es el comienzo también de las complicaciones vitales, por el rechazo de la familia de ella a consentir la relación. Ni la decisión de ella de dejar a sus padres para casarse con él en Valencia —una boda en los juzgados en 1933— mejora las cosas, ya que meses después se ve obligada a volver son sus padres al no soportar la vida entre Valencia y Estivella y no contar con ningún ingreso como pareja.

La década de los treinta fue un pequeño infierno para Rodrigo y su mujer, que literalmente llega a no tener dinero «ni para sellos».

Pero en esos tiempos difíciles, la misma fortuna que unos años antes les había traído un premio de lotería (3.500 pesetas; unos 20.000 euros de hoy) les hizo estar en 1936 en Alemania sin que las raíces judías de ella les condujeran a un gueto y que, en 1938, poco antes del inicio de las matanzas nazis, regresaran a París.

Un apartado interesante es la posición ideológica de Rodrigo en aquellos años inciertos. La biografía lo presenta en 1931 (con proclamación de la II República) como un «hombre de izquierdas», como «todos los intelectuales de su generación», aunque crítico con «el desorden».

¿Por qué luego se mantuvo en la España de Franco y trabajó en instituciones oficiales (RNE y la ONCE)? Por eso, porque tras una etapa muy dura regresó «sin más medio de vida» que este. Algunos lo etiquetaron como «el músico del Régimen», pero Laredo sostiene que si se leen los textos y entrevistas de Rodrigo «nada permite insinuar la adicción del Maestro al régimen franquista, ni siquiera una velada simpatía».