El artista Antonio Amaya, muy vinculado a Valencia, falleció el pasado viernes en una residencia de Sitges. Conocido por éxitos como Mi vida privada, Doce cascabeles y La niña ciega, temas escritos para él y que luego versionarían otros cantantes, Amaya fallecía a los 89 años sin que la noticia trascendiera en los medios de comunicación.

Buen amigo y compañero de escenario de Rafael Conde El Titi, hacía décadas que se retiró de los escenarios y la mayoría de compañeros desconocía su paradero.

Artistas como Raphael vieron en Antonio Amaya un referente. Sin el aplauso del público y en soledad, se va un artista muy querido y reconocido de manera especial en Valencia, ciudad en la que vivió durante una etapa y cosechó buena parte de sus éxitos.

Aunque natural de Jaén, Amaya vivió la mayoría de sus años en Barcelona, la misma tierra en la que el pasado viernes fallecía tras una larga enfermedad.

Desde niño, Amaya tuvo clara su vocación de convertirse en artista. Por ello se instaló en 1947 en Barcelona, donde comenzó a trabajar en espectáculos de variedades. Ese mismo año, firmó contrato con la compañía discográfica del Gramófono Odeón para la que grabó sus primeras creaciones escritas por el Maestro Algarra (Doña Luz de Lucena, Yo quiero estar a tu veraLa medallona).

Su éxito fue rápido: en julio de 1950 el Teatro Victoria de Barcelona le rinde ya homenaje y le entrega el lazo de oro por llevar dos años consecutivos de éxitos en la ciudad condal.

El mayor éxito de Amaya llegaría, no obstante, en 1952 con un pasodoble original de Freire, García Cabello y Juan Solano: Doce cascabeles. Fue el gran lanzamiento de su carrera.

Le seguirían títulos como la marcha ¡Ay, Infanta Isabel!, el Romance a Joselito, El bule-bule, La mare mía, Sombrerito, sombrerito o el pasodoble La reina Juana.

Montó numerosos espectáculos como primera figura, sobre todo en Barcelona, pero también en otras ciudadesm como Valencia. Tras la etapa en los escenarios, pasó a organizar espectáculos en los que él no actuaba, sino que ejercía de empresario. Fue una forma de retirarse a tiempo sin abandonar su vocación, aunque en los últimos años estaba totalmente apartado del mundo de la farándula.