Era 2010, la crisis iba dejando cadáveres empresariales por los rincones y la industria editorial valenciana resistía con síntomas alentadores (se editó un 9 % más de ejemplares que en 2009, se vendió casi un 2 % más y el número de empleados en nómina creció un 13 %, según datos oficiales). Dos años después, la idea del libro como refugio de ocio barato se desmorona. El buque insignia del sector, Bromera, anunció recientemente un expediente de regulación de empleo (ERE) que afecta a la mitad de sus trabajadores y el temor es que la decisión marque un punto de inflexión psicológico entre un empresariado que ha aguantado hasta ahora los embates económicos sin que nadie bajara la persiana.

¿Qué ha pasado para este giro? «El golpe brutal de la crisis en la gente, que se deja notar mucho en la compra de libro educativo, y el incumplimiento de sus compromisos de pago por las administraciones. Si esos factores no se dieran, estoy convencido de que la situación no sería tan mala», responde el presidente de la Associació d’Editors del País Valencià (AEPV), Jesús Figuerola, quien advierte, no obstante, de que «lo peor aún no ha llegado».

El negocio editorial —especialmente el libro en valenciano— arrastra otras dificultades estructurales, como la dependencia del ámbito escolar y la fragmentación del mercado, que hace extremadamente complejo vender en Cataluña y Baleares, con lo que los potenciales clientes se reducen al territorio valenciano.

Figuerola, profesor de Secundaria y responsable de una pequeña editorial de Catarroja (Perifèric), admite que «el libro en valenciano es residual fuera del espacio educativo», pero precisa: «Esta dependencia y la fragmentación son problemas, pero no son el problema».

Los impagos de las instituciones sí que dejan unos efectos nocivos en cadena. Uno de ellos, quizá el de consecuencias más ocultas pero más letales, es el retraso en el pago del bonollibre (para libros de texto) a las librerías, que sufren por ello problemas de liquidez y no compran ejemplares o, lo que parece más habitual, los pagan con otros volúmenes en stock que devuelven. «Las ventas bajan, sí, pero no tanto como la facturación por el efecto de las devoluciones», comenta un empresario a Levante-EMV.

Después están los ayuntamientos, buenos clientes de las editoras valencianas —a través de sus bibliotecas y por planes municipales de fomento de lectura—, hasta el punto de que se puede afirmar que todas tienen facturas incluidas en el plan de pago a proveedores.

Y la tercera pata de los impagos es la de la Generalitat, que recorta año tras año desde 2009 y no abona las ayudas a la producción editorial. En junio de 2012, las empresas tienen pendientes de cobro las cantidades de 2010 y 2011. Las de este año aún no han sido convocadas, con lo que ya aparecen sospechas de que se van a quedar en el cajón o saldrán por una cantidad muy reducida.

El presupuesto (oficial) de estas ayudas en 2012 es de 176.400 euros. Para hacerse una idea, cuando se inventaron a mediados de los años ochenta había 150.000 euros (solo para la edición en valenciano) y en 2000, la cifra era de 441.700 euros (lo de ahora multiplicado por 2,5).

El libro de texto supone el 30 % de la facturación anual de editoriales y librerías. La campaña de 2011 fue floja, pero la que se vislumbra para dentro de tres meses es peor. No habrá ya bonollibre y las becas que lo reemplazarán ofrecen muchas dudas (las aprobadas en 2011 no se han pagado), lo que unido al contexto general de bolsillos caninos sugiere que va a haber mucha reutilización de ejemplares, espontánea, gestionada por el propio centro e incluso mercantilizada: una firma holandesa aterriza este año en Valencia con un servicio de alquiler de libros de texto por el 40 % de su precio de compra.

Sin cierre de empresas

Y a ello se une la caída en la recomendación de libros de lectura por los profesores, que dada la coyuntura se contienen lógicamente en sus propuestas e incluso articulan operaciones de intercambio de libros entre los alumnos para reducir el impacto económico de la lectura.

Incluso el boicot docente a las actividades extraescolares parece que ha incidido de alguna manera en la reducción de ventas, aunque no es evaluable: al suspender visitas de autores, se evita el trabajo previo sobre libros del mismo.

La conclusión la da un empresario del sector: «2012 no es malo, es horrible».

La previsión de la patronal es que si en 2011 se mantuvo el volumen de libros editados, este año va ser diferente: habrá una disminución de títulos, pero sobre todo una fuerte reducción de las tiradas. Con todo, pese a tratarse de una situación «muy preocupante», lo cierto es que hasta la fecha no hay editoriales cerradas e incluso algún proyecto nuevo ha salido (El búho de Minerva) y otros jóvenes se han reforzado (Andana, de Algemesí, o Edicions 96). El libro —en papel o digital— resiste ante el abismo.