Se resisten a abandonarnos, como esos insectos pegajosos que nos siguen mientras caminamos. La diferencia es que estas imágenes veraniegas no molestan, sino todo lo contrario. Así me acompaña la gran exposición que ha devuelto a su tierra natal la presencia de María Blanchard, "figura clave en la renovación artística de principios del siglo XX", como se ha dicho. En Santander, donde nació, la Fundación Botín ha mantenido hasta ahora una importante muestra (que pasará en octubre al Museo Reina Sofía de Madrid) centrada en la etapa cubista de esta excelente pintora que, venciendo en un mundo de hombres el doble hándicap de su condición femenina y su deformidad física, logró ser muy valorada en París, donde residió desde 1916 hasta su muerte, en 1932. Amiga de Diego Rivera y Juan Gris -con el que su obra tiene muchos puntos de contacto- fue admirada por personajes como Paul Claudel, que le dedicó un poema, Ramón Gómez de la Serna y Federico García Lorca, entre muchos otros. Oscurida por el fulgor de los grandes pintores coetáneos, María Blanchard ha sido revivida de modo intermitente en sucesivas exposiciones, hasta llegar a ésta de la capital cántabra, en la que cautiva su visión personalísima y su bello manejo del color. Es un rescate justo y trascendente.

Santander cuida a los suyos. Partiendo de los Jardines y monumento al novelista José M.ª de Pereda, en el larguísimio paseo arbolado y florido que domina las anchas playas, se alzan numerosas estatuas de hijos ilustres. En pie, la recia figura del poeta navegante José del Río Sáinz afirma el peso, mientras Gerardo Diego, en bronce, otea el horizonte, sentado sosegadamente en un banco. La ciudad es agradecida; también dedicó un busto a alguien que no escribió versos, pero popularizó aquella canción/piropo, "Santander, eres novia del mar": el valenciano Jorge Sepúlveda. Tampoco nació en Santander, pero allí creció y se enraizó el grandísimo poeta José Hierro. En el décimo aniversario de su muerte, una seductora exposición ha revelado su atractiva faceta de pintor que cabalga elegantemente entre la sutileza y la ironía. Y, en el centenario de su muerte, Menéndez y Pelayo (cuya labor erudita reivindica ahora alguien tan poco sospechoso de afinidades como Juan Goytisolo) ha sido recordado en su patria chica -en su propia, admirable, biblioteca- con intervenciones de actores como José Sacristán y Manuel Galiana.

Otro actor, éste internacionalmente famoso, John Malkovich, dio vida, en una única función en España, al elegante Casanova, en The Giacomo Variations, una especie de ópera de cámara basada en las memorias del célebre seductor, entretejidas con arias de Mozart. Una original representación y un Malkovich magnífico. Como lo fueron las jornadas del Concurso de Piano Paloma O'Shea, que envuelven en música mi imagen de la espléndida bahía santanderina, con el ferry que la une diariamente a Ports-mouth arribando a puerto, luminoso entre la niebla, como la nave misteriosa de la película de Fellini.