Si existe una tradición cultural que identifique a la sociedad valenciana es el universo de las bandas, o mejor dicho, de las sociedades musicales. Así lo ha sido desde finales del XVIII, el XIX, el XX y lo seguirá siendo durante el XXI porque el número de educandos nunca decrece, al contrario, y la tradición pasa de mano en mano dentro del propio seno familiar.

Sólo hay que conocer las cifras para darse cuenta de su importancia: más de quinientas bandas en toda la Comunitat Valenciana, 40.000 músicos, 60.000 alumnos de las escuelas de música y 200.000 socios. Mueven 60 millones de euros al año. La Comunitat cuenta con el 50% de todas las bandas de España. Son tradición, pero al mismo tiempo cultura, elemento social, fenómeno sociológico...y como ahora reivindica el Museo de Etnología, modernidad.

Al menos, así las presenta el museo en la exposición que ayer inauguraba en el Centro Cultural de la Beneficencia bajo la denominación de Arriben Bandes y que ha sido comisariada por Raquel Ferrero y José Mª Candela.

Aunque muchos esperaban una exposición de carácter tradicional o historicista, de revisión histórica, el Museo de Etnología plantea una lectura conceptual y rompedora que limita entrar en profundidad en todo su universo. El museo ofrece una lectura más para interpretar que para descubrir en sí o descubrir visualmente la forma en el que las sociedades musicales han evolucionado a lo largo del tiempo y el poso que ha ido dejando como elemento de dinamización social.

Pero eso sí, su impacto no dejará ajeno a nadie desde el mismo acceso. En él se recibe al visitante con un buen número de instrumentos colgados del techo. Pero lo más interesante no es el hecho de su observación, que también, sino la lectura que ofrecen sus atriles: la profesión de cada uno de los músicos-jardinero, trabajadora social, traumatólogo, estudiante...-, en definitiva, la socialización que logra la música más allá del rol. Es sólo un ejemplo de la sociología que las envuelve.

"Ser de una banda es tener una ilusión desinteresada", recordaba ayer la comisaria de la muestra Raquel Ferrero. "Un bien común que esconde vinculaciones familiares, fiesta y calle, pero también esfuerzo y dedicación cuando todos los músicos saben que una banda es para que lo disfruten los otros", añadía.

La exposición está estructura en cinco apartados: el ensayo, la sede social, calle y fiesta, auditorio y el instrumento como joya, representado a lo largo de una vitrina de joyería que recoge algunos de los elementos claves de los instrumentos. Y al final hay un apartado para intentarlo: tres instrumentos que el visitante puede intentar hacerlos sonar. Eso si lo consigue.

Pese a su imagen de modernidad y lectura conceptual queda una asignatura pendiente. Quizás el congreso y las actividades paralelas hasta junio logren complementar la lectura completa.

Y además permita conocer dónde queda el futuro que el director del Centro Instructivo Musical la Armónica de Buñol sitúa en el camino de la dignificación y profesionalización del propio funcionamiento interno de las bandas. "Ya no necesitamos inventores para crear nuevos instrumentos. Marcar el camino tendrá que venir de otro gremio: invito a los directores a que recojan el guante para liderar este proceso", afirma Frank de Vuyst en el catálogo. Es un buen principio.