La bohème es el título estrella de la temporada del Palau de les Arts. Su única nueva producción (en colaboración con la Ópera de Philadelphia). Y con el deseado Riccardo Chailly -por fin- en la batuta. Por ello, la intendente, Helga Schmidt, compareció ayer ante la prensa "después de mucho tiempo" (desde mayo). El estreno del próximo domingo era "el tema", pero la alto cargo no pudo evitar las preguntas sobre la situación del coliseo y su engranaje en el nuevo conglomerado.
¿CulturArts? "Discútanlo con la consellera. Yo aquí hablo del Palau", zanjó. Fue su manera de expresar lo poco que se sabe del plan.
Los presupuestos de la Generalitat de 2013 suponen algo más de 15 millones para Les Arts, 1,8 millones menos que este año. Schmidt prefirió ver el vaso medio lleno y señaló ayer que "afortunadamente" la cantidad es cercana a la de 2012, lo que permitirá "sobrevivir y vivir" sin abandonar "la alta calidad". Eso no lo va a bajar, dijo, porque "la mediocridad es la grisura de la lírica, lo que la mata".
Así que la línea será la misma de este año: Reducir el número de producciones, "como ya se ha hecho"; realizar menos nuevas (una) y a buen precio, y alquilar y reponer montajes.
Antes de que hablara Schmidt, Chailly ya había tomado la palabra sin necesidad de preguntas para decir la suya sobre la coyuntura del coliseo en los mismos términos que luego empleó la intendente: "Un teatro con esta potencialidad y estructura necesita vivir en el futuro y no solo sobrevivir".
También el director de escena de esta Bohème, Davide Livermore, y el tenor Aquiles Machado (Rodolfo), ensalzaron el rendimiento de Les Arts. "Un nivel así no se encuentra en Italia", dijo el regista.
Chailly, titular de la elogiada Gewandhaus de Leipzig, quiso subrayar que "raramente" es libre para dirigir ópera (la última fue en Milán en 2008 y la siguiente será también en La Scala en 2015), así que un proyecto como esta Bohème "se realiza porque tenemos un teatro de primer nivel", dijo.
La intendente dejó claras asimismo su admiración y larga relación con el director italiano (lo reclamó para su primera ópera en Europa, un Don Pasquale en 1979 en el Covent Garden): "En este tiempo del todo rápido, él dedica mucho tiempo libre al estudio de la música, a profundizar en busca de la perfección, como se debería hacer y se hacía en el pasado".
La filosofía del director ante La bohème ha sido tan simple como profunda: Fidelidad a la partitura de Giacomo Puccini y a su deseo interpretativo, fijado en el libro que realizó uno de sus colaboradores en los ensayos y que en ocasiones se olvida, hecho que calificó de "desastre". El resultado es "pasión, emoción, romanticismo con momentos de nostalgia, pero sin sentimentalismo, sin miel". El exceso de edulcorante es el drama que han sufrido Puccini, Mahler y Rachmaninov, razonó.
En esa línea, la escenografía es purista, pero "no de museo": los personajes están en el París de 1896, pero sin renunciar visualmente a ser moderna, con impactos visuales que evocan el filme Dreams de Kurosawa.