El arte español perdió ayer a otro de sus grandes. Andreu Alfaro, el escultor de la línea, el movimiento, el dibujante ininterrumpido, el artista de las grandes estructuras y mirada arquitectónica fallecía la noche del jueves a causa de un paro cardíaco. Llevaba años enfermo.

Padecía de alzhéimer, una enfermedad que había ido creciendo desde finales de la primera década de los dos mil , cuando celebró su última exposición en el IVAM- museo que él, entre otros, fraguó y alentó y para el que creó su logotipo- o presentó el catálogo razonado de su toda su obra: más de mil quinientas piezas, muchas de ellas públicas.

Ingresado en una residencia durante los últimos años, Alfaro de 83 años de edad, había tenido en los últimos meses complicaciones de salud. La última fue un fuerte enfriamiento que le paró el corazón. Murió sin saber que dos meses antes lo había hecho su mujer y mientras todavía recibía las visitas periódicas de sus amigos más íntimos a los que, según reconocían ayer algunos de ellos, les "sonreía, aunque ya no era él". Casi desde que le sobrevinieron los primeros síntomas de la enfermedad, Alfaro había dejado de crear con intensidad, según reconocían a este diario fuentes familiares.

La despedida de Alfaro era todavía ayer una incógnita, aunque lo más seguro es que se realice en el ámbito más íntimo. Eso sí, sus herederos han previsto para el mediodía del domingo un acto de homenaje en el propio taller del artista, situado en polígono industrial de los Obradores de Godella.

Completa obra

Alfaro deja una extensa y completa obra como escultor, tanto de pequeño y gran formato, como dibujante, ilustrador e incluso publicista, una de las primeras facetas profesionales que desarrolló en la firma PubliPress. De hecho, la última exposición dedicada a Alfaro se celebraba en el Centre de Cultura Contemporània de Valencia y era organizada por su propia familia para mostrar un aspecto poco conocido e íntimo y al mismo tiempo reivindicar este perfil.

Hierro, acero, mármol, madera fueron algunos de los materiales que utilizó para desarrollar la escultura, campo en el que se centró, aunque realizó algunos guaches a finales de los cincuenta.

Alfaro tenía su propio lenguaje, identificable desde el primer momento. Incluso en los primeros trabajos. Líneas encontradas que formaban movimientos. Muchas de ellas están repartidas por toda la geografía valenciana así como en Cataluña, Alemania, Francia o América. Su obra está presente en los principales museos.

Autodidacta e hijo de un carnicero, Alfaro sintió devoción por el arte desde muy joven. Sin casi medios y con materiales sencillos creó sus primeras esculturas.

Junto a otros artistas como Monjalés, al que le unió una estrecha amistad desde entonces, Doro Balaguer, Benedito, Vicente Castellano, Genovés, Manolo Gil, José María de Labra o Michavila, entre otros muchos, formó el Grup Parpalló a finales de los setenta, el colectivo que rompió con la tradición conservadora y tradicional de la pintura para abrir paso al arte contemporáneo. Roto el círculo continuó con su carrera en solitario.

Fue, además, un artista muy comprometido con la política, la lengua y la cultura lo que en alguna etapa le costó la incomprensión y los ataques de un sector de la sociedad valenciana a causa de sus convicciones.

Premio Nacional de Artes Plásticas , Jaume I de la Generalitat valenciana, Premi Alfons Roig de la Diputación de Valencia, excomponente del Consell Valencià de Cultura, Alfaro nunca dejó de crear e investigar durante toda su trayectoria. Hasta coqueteó con el jazz, otra de sus pasiones, dándole forma de escultura o combinó sus dibujos con los versos de algunos poetas.

Son múltiples las exposiciones celebradas durante su carrera, aunque de lo que más satisfecho se encontraba era de saber que su obra pública formaba parte del paisaje de una sociedad que ahora le debe un último y merecido reconocimiento.