«Miro mi reloj, el tiempo corre porque es un cobarde». Fueron las frases con las que arrancó Alejandro Sanz su concierto anoche en la Marina Real. Son los versos iniciales de Llamando a la mujer acción, la canción del disco La música no se toca que abrió la calurosa velada junto al mar. El cantante pudo exhibir su satisfacción ante lo que tenía frente al escenario: más de diez mil personas de un aforo que ronda las once mil plazas. En definitiva, un lleno para la organización, algo nada fácil en un momento económico duro.

Los temas de su último álbum fueron la base del concierto, que se extendió durante unas dos horas y veinte minutos. No obstante, después de más de veinte años de carrera, no podían faltar algunos de sus temas legendarios, como Mi soledad y yo, Cuando nadie me ve o el clásico Corazón partio.

«Que gusto, lo vamos a dar todo para que lo pasen bien, esta es nuestra noche». Fueron sus primeras palabras al público, tras tres canciones y antes de encarar lo que llamo menú degustación, mezcla de varias de sus canciones de siempre. Para empatizar mejor exhibió entonces una senyera, que se colgó luego del bolsillo del vaquero, uno desgastado, que conjuntó con camiseta negra y camisa oscura.

La fórmula del menú degustación la repitió más tarde, en un racimo de canciones lentas que afrontó con cinco voces de la banda y con la única compañía de un piano.

El público, no hace falta decirlo, coreó los temas con ganas y los cantó solo cuando Alejandro Sanz los invitó a ello. Y le agradeció su discurso más largo, cuando definió la utopia como el lugar que se aleja cada vez que uno se acerca a él. Incluso le pidió que se subiera al piano tras explicar que no habían puesto pantallas por sí el viento las tiraba.

El cantante madrileño se hace acompañar en esta gira por una banda de diez músicos (incluidos los coros), cinco de los cuales son mujeres. Se puede interpretar como un pequeño guiño al público que le ha hecho grande.

Sanz ha echado el resto en la puesta en escena de la mano de un habitual en sus giras, Luis Pastor. Luces y formas tridimensionales invaden el escenario, en el que sobresale un cielo de vídeo colgante..