La palabra debe ser vestida como una diosa y elevarse como un pájaro. El proverbio tibetano resume mejor que cien explicaciones la filosofía de El Caballero de la Blanca Luna, la aventura cultural en la que Vicente Chambó está embarcado desde 2006. Además de promover a jóvenes artistas visuales, su afán por lograr catálogos de valor artístico lo condujo a la edición de bibliofilia. En siete años de búsqueda del "libro tesoro" -así le gusta llamar a lo que tiene entre manos- ha producido dos: Fábulas literarias (2007) y Fábulas y cuentos del viejo Tibet (2012). Ambos han obtenido el principal premio español en esta categoría editorial, el que otorga el Ministerio de Cultura. El secretario de Estado, José María Lassalle, le telefoneó personalmente el pasado día 6 para darle la noticia del último.

El estudio de Chambó en el barrio viejo de Valencia -antes fue su lugar de exposiciones-, es el de un artesano. Pruebas, cuadros, papeles de cualquier tamaño y origen -"a todo le busco una segunda utilidad"-, las cajas de madera donde va cada libro (las ha tenido que hacer con un ebanista, porque, "si algo he aprendido es que no puedes achantarte") o una réplica de la escultura que diseñó y que desde 2010 es el premio del Open Valencia de tenisÉ Cada cosa en su sitio y en ninguno.

Habla con fe, sin dejar resquicio a las dudas en su proyecto, como quien está acostumbrado a "vender" su idea cada día, porque la financiación surge de patrocinadores que compran sus ejemplares y dan aportaciones mucho antes de que estos (cien, numerados, cada uno con una ilustración original y única de Carlos Domingo) sean realidad. En el primer libro fueron cincuenta colaboradores, en este 38, casi todos valencianos. "Ingeniería económica" a pequeña escala para resistir, dice. Por eso saca también una "edición B", más económica, de 225 volúmenes, como medio de garantizar unos ingresos periódicos.

Contra la bibliofilia clásica

Al igual que el médico Barzuyé, que no pidió riquezas al rey de Persia, sino que los sabios escribieran las historias que le había traído de Asia en su búsqueda de la inmortalidad, Chambó dice que no persigue un libro joya, de alto valor económico y para brillar solo en un anaquel, sino "un libro que para la gente sea un patrimonio con el que desafiar los bienes terrenales". Así que, aunque no son libros de bolsillo y son caros (prefiere no dar precios), sostiene que no le gusta el concepto clásico de bibliofilia.

El escritor y editor reivindica el papel de los pequeños empresarios, poco valorados en España. "Se tiene que respetar a quienes vendemos nuestras ideas y somos capaces de llevarlas a cabo", pero "no hay cultura de defensa del emprendedor", dice.

Lo suyo, no obstante, no es la industria. "Sería perder la esencia de lo que busco", afirma. Lo que persigue está impregnado de ecologismo: "Deberíamos pensar en otras formas de transmitir nuestro patrimonio natural, porque la madre Tierra es finita". Ante el vasallaje de la producción en masa, defiende lo artesano. "Generaría mano de obra, pequeños gremios". O sea, "pensar en producir zapatos antes que importarlos de China con todo lo que contamina el barco que los trae", resume.

Esa filosofía le ha llevado también a imprimir sus fábulas tibetanas con máquinas de la antigua Europa comunista del Este -las encontró en Alboraia- como forma de demostrar que la tecnología puede durar décadas y no quedar obsoleta en meses como impone el mercado.

Ha tardado cuatro años y medio en editar su nueva obra con las ilustraciones de Carlos Domingo, pero prefiere no pensar en crisis . "Hay que exigir justicia, pero no lamentarnos todo el tiempo. Nuestro futuro es el presente y se construye creyendo".

También prefiere olvidar que nadie de la Generalitat le haya llamado ahora -en 2008 sí, incluso le dieron otro premio-. Mejor centrarse en seguir caminando. Ya trabaja en un tercer libro de fábulas, estas de una etnia de Kenia que las transmite por tradición matriarcal. Los dibujos serán de Tania Blanco y ya tiene algunos patrocinadores, explica con una sonrisa. De cuento.