Rowling y el efecto marketing

Los expertos de la Sociedad del Texto y el Discurso, vinculados al área de la Psicología, aseguran que «nunca en la historia se ha leído tanto como ahora» y «nunca ha sido tan importante saber leer y sobre todo comprender lo que se lee». Otra cosa es saber por qué se lee o quién dirige nuestras lecturas. Si somos lo suficientemente maduros para escoger o es el marketing el que domina nuestras decisiones.

Eso debe de saberlo bien JK Rowling quien, supestamente harta del exhibicionismo comercial „tampoco se quejará mucho después de lo que le ha reportado económicamente„, decidió escribir una novela bajo pseudónimo. Frente a aquellos más de 400 millones de libros que consiguió vender de los siete títulos de la serie dedicada a Harry Potter, arrancó 1500 ejemplares de «The Cuckoo's calling», una novela negra escrita bajo el pseudónimo de Robert Galbraith. En ella cuenta las andanzas de un excombatiente de guerra reconvertido en detective privado.

Publicada la pasada primavera, fue bien recibida por la crítica pero apenas pasó de las alabanzas de un cuerpo de élite intelectual que no siempre se libra de las presiones editoriales aunque ya no controle el mercado, ni al lector.

Pero hete aquí que ha sido descubrirse que la autora era Rowling para que en apenas unos días la novela se haya convertido en un nuevo fenómeno editorial. No dudo de la calidad de Rowling, pero me huele que detrás de la filtración de su nombre a un medio de comunicación británico no había sino una nueva estrategia de «marketing» que deja bastante mal parados a los lectores británicos y demuestra lo cambiante y manipulable que puede llegar a ser el lector universal. No cuadra que fueran las simples pesquisas de un crítico las que acabaran con el anonimato.

Nadie duda que «The Cuckoo's calling» sea una buena novela, pero sí es cierto, como reconoce Laura Gallego, nuestra «best seller» de literatura fantástica juvenil, que el lector más crítico es el adolescente y que con que le defraudes una vez te abandona. Eso sucede igualmente en el teatro donde los actores bien saben que el público más cruel y exigente es el infantil. Si no le gusta no aplaude, pone cara de aburrido y además lo dice a la cara. Los demás somos más bien manejables.

Y cuando se trata de negocio cultural todo cambia. Hay casos llamativos. El chileño Roberto Bolaño fue un autor desconocido hasta su muerte. Y eso que su obra es brillante y los críticos se afanaban en recomendarla. Pero no fue hasta que la mediática y televisiva Oprah Winfrey aconsejara su lectura en uno de sus programas cuando dejó de ser un anónimo autor más de los miles que lo intentan cada año. Pasó a convertirse en un fenómeno del mercado norteamericano. No dudo, tampoco, que detrás de las novelas de Dan Brown „su último título «Inferno» es actualmente número 1 en casi una veintena de países del mundo„ exista un gran trabajo y equipo de investigación y confección y que el chico no lo haga mal, pero el aparato logístico que le acompaña es capaz de mover montañas y de llevar millones de libros a estanterías en las que habitualmente no figuran muchos libros. Por no hablar de Follet o de algunos premios literarios. Es el sino del escritor, o la suerte de entrar en el bombo de la mercadotecnia, del que ya nunca se puede salir salvo cuando un fenómeno deja de ser rentable.

Rowling nos ha dado otra lección. Aquella que demuestra que es el mercado quien sujeta las riendas o que un autor nunca deja de ser reo de él y está a merced de las estrategias. Por mucho Rowling que te llames.

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