Triunfo de un decidido Castella
Corta dos orejas a base de exponer mientras El Fandi y Daniel Luque no pasan de la discreción
La tragedia del accidente del tren de Santiago de Compostela hace que cualquier otra noticia pase a tener una importancia más que relativa. Tristeza y pesar, dolor y sobrecogimiento ante unas imágenes impactantes. La presencia de la muerte hace que todo se vea de otra manera, que se redimensione la verdadera importancia de las cosas y que muchas de éstas pasen a un segundo o tercer plano.
Pero la vida sigue, y por ello hay que continuar debatiendo s0bre los temas terrenales y telúricos. Entre ellos, el del problema que se está creando estos días con los dispares criterios que se ofrecen desde el palco presidencial de la plaza de toros de Valencia.
Un palco errático
Ya es una mala señal que se hable de los usías, cuando los protagonistas del festejo son, o deben ser, los astados y sus lidiadores. Como mala señal es que se hurte a un chaval de la gloria de la puerta grande por un presidente falto de criterio y sensibilidad. Y que, al día siguiente, otro usía desnortado regale orejas sin venir a cuento. Hasta dónde llegaría el destarifo, que el propio premiado, Juan José Padilla, renunció con torería y buen criterio a salir por una puerta grande que no mereció, aunque se le había regalado. Urge unificar criterios y posturas, por el bien de la fiesta y del prestigio de la propia plaza.
Y, llegado el ecuador de la feria, se echa de menos a personas otrora habituales en la misma. El paso del tiempo deja muescas y señales, heridas y ausencias. En el recuerdo, los que ya no están, o de aquellos que por alguna causa no pueden estar.
Ya no está Fernando Vinyes, amigo, compañero y maestro, quien hubiera disfrutado el pasado martes con Armillita y su saga familiar, él que tanto sabía y amaba la torería mexicana. El miércoles, el poeta Ramón Vázquez, hoy en su retiro cuasi forzoso de Arcos de la Frontera, hubiera presenciado las evoluciones de Finito de Córdoba, quien a pesar de su desganada actuación, fue capaz de dibujar cuatro muletazos despegados pero plenos de compás y torería. Y ayer, Pepe Moreno, tantos años firmando en estas páginas, otro excelente aficionado, taurino y amigo que nos dejó hace tiempo, hubiera aprovechado las evoluciones de Castella y El Fandi para explicar su particular teoría de la geometría taurina, su personal visión del sentido de las distancias y los terrenos, de la verticalidad y del toreo circular.
Una geometría que los toreros hubieron de tratar de desarrollar con los astados de Núñez del Cuvillo. Estos lucieron una presentación correcta. Bien armados en general, con puntas aunque algunos faltos de remate, todos fueron abantos y en general se salieron sueltos de sus encuentros con las plazas montadas. Luego, su juego estuvo presidido por la nobleza y un buen fondo.
Abrió plaza un guapo colorao, distraído de salida, que tuvo gran tranco en banderillas y resultó noble, enclasado, repetidor y humillando mucho. El segundo, negro mulato, cabezón y feo, se salió suelto en varas pero tomó las telas con alegría y prontitud. El tercero, cariavacado y con puntas, embistió rebrincado y repitiendo aunque con cortos viajes. Más alto el cuarto y muy abierto de cuerna, desarrolló sentido y se puso imposible. Fue y vino sin pujanza y a menos el quinto y el cierraplaza tuvo nobleza pero poco recorrido.
Cumplidor
El Fandi respondió a lo que se espera de él. Bullidor y espectacular con el capote y rotundo en banderillas, donde siempre encuentra espacios apropiados y es el dueño de todos los terrenos de la plaza. Y cumplidor y esforzado con la muleta. Con su excelente primero puso voluntad pero anduvo por debajo de las condiciones de su oponente, y no tuvo opciones ante el cuarto. A destacar su perfecta dirección de lidia.
Sebastián Castella consiguió abrir la puerta grande a base de exposición y decisión, pisando en todo momento terrenos comprometidos y siempre en las cerca-nías del astado. La verticalidad y un cierto encimismo hacen que la geometría de su toreo se antoje a veces un tanto compleja. Unos emotivos estatuarios, impávido y clavado en la arena, prologaron una faena presidida por la quietud, la firmeza y la ligazón a su primero. En el quinto comenzó con sus habituales pases cambiados en la boca de riego, en un trabajo algo intermitente pero estoico, sincero y emotivo.
Por su parte Luque, triunfador en el pasado ciclo fallero, anduvo toda la tarde desacoplado y falto de convencimiento. Muleteó al hilo y por las afueras, ligero y como a disgusto al tercero, y no terminó de verlo claro en el sexto.
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