Con ocasión de la crisis que nos han impuesto, en los distintos foros de la Red (me dicen que la escriba con mayúscula, dada su superioridad más o menos divina) aparecen citas célebres de autores que pasaron a la Historia (con mayúsculas, también, ya puestos). Esas frases me recuerdan las que se utilizan en los libros de autoayuda: buscan una aplicación en nuestras vidas como un misionero de cualquier secta procura convencernos de las verdades como puños que emana su creencia.
No obstante mi actitud preventiva ante tales mensajes, no he podido por menos que quedarme con un pensamiento de Pablo Neruda, que ya conocía, lo que no ha sido obstáculo para que volviera sobre él y para que me haya resistido a la consecuente reflexión.
La frase dice así: «Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida». La idea resulta tan evidente que no admite demasiados reproches. Pero, dentro de su nítida puntualización, se escapa la suficiente ambigüedad como para permitirnos interpretaciones personales. Y en este sentido, me atrevo a enfrentar amor y muerte, entendiendo ésta como el tiempo que nos está tocando vivir. Un tiempo que conduce a lamentables situaciones familiares y a enfermedades individuales como el estrés y la depresión. Un tiempo que aboca a la tristeza, porque la cosa no está para fiestas y el rostro de nuestros mandamases es cada día más patético. ¡Qué caras!
De ahí que sea beneficioso que intentemos desarrollar nuestras capacidades amorosas, empezando por los más próximos, porque seamos egoístas, alegrando la vida de los demás, alegramos nuestra propia existencia. Tenía razón el autor de Canto General: «Que el amor nos salve de la vida». Porque, según confesaba: «No escribo para que otros libros me aprisionen / ni para encarnizados aprendices de lirio, / sino para sencillos habitantes que piden / agua y luna, elementos del orden inmutable, / escuelas, pan y vino, guitarras y herramientas. / Escribo para el pueblo, aunque no pueda / leer mi poesía con sus ojos rurales».
Y, dentro de ese abanico de posibilidades amorosas, no perdáis de vista la poesía misma: «Que amen como yo amé mi Manrique, mi Garcilaso, mi Quevedo». Preferencias nerudianas que pueden ampliarse a otros grandes poetas de la lengua castellana e, incluso, de otras del Estado español, ¿por qué no? Y quien habla de poesía, se refiere también a la literatura, a las artes plásticas, a la música… Y es que debemos «darnos cuenta de que el desastre sería la pérdida de todas esas cosas que son las que realmente nos hacen crecer», como afirma Javier Sarti. Ese tesoro inmenso de nuestra cultura que nadie podrá robarnos ni con el 21 por ciento de IVA.