Podría destacar que Pablo Motos ha vuelto como siempre, fuerte, con ganas, rascando el humor en seres fantasmales como Raphael, podría decir que Pablo Motos se toma en serio su trabajo y sabe hacer espectáculo, podría levantarme y besarle el culo a las hormigas, da igual en qué orden, primero Trancas, luego Barrancas, podría hacer como que no escucho las voces que hablan por ellas y que me siguen poniendo muy nervioso, podría destacar que el presentador no se relaja ni un segundo por su afán perfeccionista en vez de destacar que no se relaja un segundo por su afán protagonista, podría, incluso, destacar como un dato más que positivo que Pablo Motos eche mano de Julia Otero y promueva su nuevo programa, Ciudadanos, en vez de volver a llamar a Will Smith acompañado por su hijo para promocionar su última peli, es más, estoy dispuesto a decirme una y mil veces que el llamado Hombre de Negro y sus gafas negras y su sayo de cuero negro y sus pantalones de cuero negro y sus modales helvéticos me provocan una risa que apenas puedo contener, que es verlo y me retuerzo, que me parece una bomba, que es ocurrente, que las frases del Hombre de Negro son más potentes que el «relaxing cup of café» de la pobre Ana Botella, a todo estoy dispuesto si alguien, de dentro o de fuera de El hormiguero, tal vez La Amelia, su madre, colaboradora por teléfono, tipo madre de Almodóvar, nos cuenta quién, qué, cuándo, cómo, y por qué Pablo Motos, no contento con ser Pablo Motos. quiere ser Ana Rosa Quintana. Ay, qué pelazo tiene el cabrón, qué tupe cardado se ha dejado el melenas, ay, cuánto tiempo en peluquería para que ese flequillo nazca en la izquierda y llegue a la derecha resbalado pero tieso como un puñal hacia la frente. Lo veo, y ahora sí, me da la risa.

Entre gracioso y gilipollas. De ser gracioso a ser gilipollas sólo hay un matiz, o alguna carga ideológica y política, como ha desvelado en su última actuación la hierática modelo, travestida de juez, Mercedes Alaya, que en su afán por hacer política ha difundido un auto que, para los que no entendemos mucho de arquitecturas judiciales, es un tiro la piedra y escondo la mano, señora, a ver, ¿imputa a Griñán y Chaves, o contra estos Trancas y Barrancas no hay argumentos por mucho que ERE que ERE? De ser gracioso a ser gilipollas sólo hay un matiz. De ser impecable a que se te vea el trastero tendencioso, dibujado al trasluz de las falditas ajustadas de telvipija, sólo hay que poner en medio el caso Bárcenas y erigir muros de contención para proteger al Gobierno, señora, con lo maravillado que me quedaba cada vez que irrumpía en ese paseíllo fabuloso tirando de la samsonite sin que se le cayeran los anillos, igual que Paolo Vasile tira como un guerrero de sus últimos fracasos, que ni enfrentando el pecho de acero de Álex García en Tierra de lobos a la ordinaria pero tierna María Castro en Vive cantando ha superado la prueba. Pero con usted no va el matiz entre graciosa o gilipollas, que es capaz de escribirme un auto, con su ya probada imaginación, y ponerme mirando al Supremo si uno estuviera aforado, cuando lo más que está uno es afectado, señora, por todo, por todo. Hablo, otra vez, de un chatín que se bebe el gas de la risa a litros. Los de Intereconomía le montan un ERE a sus trabajadores, o les mal pagan, y hasta los echan de los locales por no abonar el alquiler, pero siempre encuentran gasolina con que llenar el depósito de algo, avioneta o colaborador dispuesto a reventar el cielo con lemas, provocaciones, o payasadas. El conocido como galán Arturo Fernández amojamado bufón de la extrema derecha franquista ha vuelto al plató de los gatos para decir otra memez que seguro consiguió la erección de los felinos. Claro que no me arrepiento de llamar feos a los manifestantes de la huelga general, y claro que no haría de mendigo en ninguna función de teatro porque «eso se te puede pegar», dijo el capullo. Este tío no es gracioso. Es gilipollas.

El poeta concursante. En Saber y ganar no suele haber momentos hilarantes donde la risa corra más acá de los dientes pulquérrimos del inmortal Jordi Hurtado, pero a veces suena la flauta y hasta un tarugo de Mujeres y hombres y viceversa se echaría las manos a la cabeza al escuchar lo que estos oídos oyeron. Concursa estos días en el clásico, un poeta, un joven, un bello muchacho, un malagueño, un ganador del premio Hiperión, el más cani de su historia. En La 2, iluminándola con su serena y guasona sabiduría, está David, David Leo. Una de las preguntas de esta semana parecía fácil porque es recurrente, porque sirve para todo, como el café de la alcaldesa. A ver, inquiere Pilar Vázquez, ¿quién es el autor del microrrelato que dice que cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí? Steven Spielberg, responde raudo otro concursante al tiempo que David, el malagueño, se ríe como un dinosaurio al que le han dado en la disco un globo de la risa. Jordi Hurtado, el inmortal, pregunta por qué se ríe. Porque es Augusto Monterroso, dice el concursante sabiondo, no veo a Spielber escribiendo microrrelatos por mucho que haga Parque jurásico, o justo por eso, pensé. Es verdad que estas risas que echa uno viendo la tele no tienen que ver con los globos del gas de la risa de los que hablan Marcos López y Ana Blanco en el TD 2. Los venden en discotecas, pubs, y otros garitos, y por 3 euros te dan un pelotazo que te deja así de tonto, lo que te faltaba para ser más cretino de lo que ya eres y, además, parecerlo. Sacan a un choni tragándose el gas y riendo con estentóreas carcajadas, pero a mí, semejante imagen, me deja la cabeza patizamba. Le propongo a la juez Alaya que se tome unos chupitos de gas, pero sin abusar, a ver si termina despatarrada por el suelo como Rosa Benito, que se pegó tal trompazo fuera de guión que congeló la risa de sus colegas, que se puede ser jueza, señora, y echarnos una sonrisilla de vez en cuando, coño.