Antes de que Cuba deje de ser revolucionaria, España será la nueva Cuba de Batista. Nuestro futuro es un pasado. Hace años que somos el último sol radiante y las últimas playas de arena con seguridad física y jurídica. Cada vez que un país quiere arrancarnos la capitalidad turística europea, una guerra llega en nuestro auxilio. Así fue cuando emergía la costa del Adriático y así es cada vez que el Mediterráneo de África ofrece sosiego al turismo de gasa y lino.

Nuestro último peligro era que los precios subían al mismo ritmo que bajaban las clases medias de la Europa rica pero eso se acabó. La devaluación interna española deja más euros para la cerveza y la sangría y la victoria de Merkel no traerá soluciones para los 7,5 millones de trabajadores que tienen minijobs en Alemania ni para los 6 millones que cobran un subsidio para completar el sueldo con el que el Estado ayuda a explotar a los trabajadores, pero sus políticas del euro del norte y de la austeridad del sur rebajarán el precio de las vacaciones para sus clases medias, que veranean en España más que los españoles (salvo los españoles que veranean aquí contratando desde Alemania, su país de trabajo).

También el juego de Eurovegas nos cubaniza. El derrocamiento de Batista en Cuba hizo de Las Vegas lo que es y aplicó a la ciudad del desierto el criterio que regía en la isla más hermosa del mundo: lo que pasa allí, allí queda. En España ya se practica lo que no se hace en casa: las borracheras salvajes de los alemanes, el balconing vertiginoso de los ingleses, los tráficos ilegales de los rusos... En el erial de Madrid, tan parecido al desierto, se juega la inversión a la legalización de fumar en reservados. Los habanos que se fumen en Eurovegas quedarán en Madrid. El riesgo sería cambiar la ley para que después de los regalos y de los descuentos para que se instale el inversor Adelson no consiga la financiación, y todo quede en humo.