Él era el Rey

Él era el Rey
Voro Contreras
Fue un 8 de enero de hace ahora 80 años. Gladys tuvo un embarazo complicado, tanto que en las últimas semanas había tenido que dejar su trabajo en una fábrica textil de Tupelo para esperar el parto en la caseta de dos habitaciones que su marido, el taciturno Vernon, había construido junto a la casa de sus padres. Un hogar para su nueva familia. Con la ayuda de Minnie, la madre de Vernon, la comadrona Edna Martin y el viejo doctor William Robert Hunt, a las 4 de la madrugada de ese 8 de enero de 1935 nació el primero de los gemelos. Muerto. Treinta y cinco minutos después nació el segundo. Vivo. Al primero le llamaron Jesse Garon y lo metieron dentro de una pequeña caja en una tumba anónima del cementerio de Princeville, cerca de la antigua carretera de Saltillo. Al segundo le llamaron Elvis Aron.
No sé si usted, señora, que por aquel entonces debía ser una tierna y juguetona mozalbeta, notó aquel día alguna especie de escalofrío recorriéndole desde el coxis al corazón. O si usted, señor, descubrió en el cielo alguna alineación estelar extraña, poco habitual, mientras se fumaba un cigarrillo en el porche de su casa en Kentucky. Sí, supongo que sí, raro sería que el nacimiento del Rey hubiese pasado desapercibido. Si entonces no quedó patente por escrito tan magno acontecimiento seguramente se debió a fue sentido por cada miembro de la humanidad de una forma íntima, agradable, familiar, como cuando uno sale de la ducha en invierno, coge el secador y se tira el aire caliente por la espalda. Uno no llama al periódico para contar lo bonito que ha sido ese momento, pero durante los días siguientes de vez en cuando se acuerda y sonríe un poquito y ya está contento hasta que llega a casa.
Estimados congéneres, no se preocupen que no les voy a contar aquí la historia de Elvis Presley, por mucho que estemos celebrando a cadera batiente el ochenta aniversario de su cumpleaños. Tampoco vamos a informarles de que Elvis está vivo (Bob Dylan también lo sabe), igual que no les hacemos saber que mañana será otro día. Quizá podríamos razonar sobre la importancia de Elvis, ya no en el rock, sino en la cultura en general. Pero con lo ignorantes que somos en La Vía Láctea, seguro que empezamos y no sabemos cómo acabar o nos quedamos cortos. Así que nos vamos a conformar con recomendaro que escuchéis nuestro particular homenaje al Rey el próximo domingo a la medianoche en la 97.7, y explicaros por qué para nosotros este hombre "templat" cómo él sólo es tan importante.
No recuerdo la primera vez que escuché a Elvis porque en mi casa era una presencia más o menos constante, formaba parte de una especie de hilo musical en el que también solían estar Juanito Valderrama y Joan Manuel Serrat. Sí recuerdo haber visto alguna de sus películas en una pequeña televisión en blanco y negro que la familia tenía en una caseta a la que acudíamos los domingos. Pero el impacto, el deslumbramiento, el quedarme oidoplático ante la cadena musical, creo que vino unos pocos años después, en plena preadolescencia. Recuerdo cómo recibí el impacto (sentado sobre el suelo del piso de la casa de mis tías), sé lo que había hecho antes (me había comido la mona de Pascua en la Vallesa. Por lo tanto, era primavera) y lo que hice después (rebobiné la cinta hasta tres veces porque no me creía lo que escuchaba). Por supuesto, también recuerdo perfectamente cuál fue la canción que me derribó del caballo: "A Big Hunk o'Love", un rock desmadrado que Elvis grabó mientras estaba haciendo la mili en 1958 (la versión de aquí abajo es de 1972).
Desde aquel día me hice lo suficientemente fan de Elvis para que mis amigos me consideraran un ser extraño con el que no debían hablar de ciertas cosas, aunque no lo suficientemente fanático para no dejar entusiasmarme con otros cantantes o estilos que no eran Elvis o, aparentemente, no tenían nada que ver con él (incluyendo varias sesiones de Espiral en casete que sonaban como un ojete). Con el tiempo he ido compartiendo a Elvis con Rolling, Who, Kinks, Dylan, Cooke, Flamin’ Groovies, Ramones, Paul Weller, Housemartins o Teenage Fanclub. El Rey ha acudido tras un banquete de garaje, una sobredosis de psicodelia, un vomitado de punk o un empacho de Botifarra. Ha convivido en aquel walkman con cintas TDK que recopilaban los mejor de Motown, Stax y Chess Records, y en la reproducción aleatoria del Ipod puede aparecer de repente entre Lemmy Kilmister y los Fleshtones. Y, pese a tan dura competencia, siempre es el Rey, siempre domina, siempre me lo imagino mirándome y sonriendo con esa pinta que se gastaba de chico travieso que acaba de salir del granero con la bragueta bajada, como diciendo "sí, todos estos molan. Y sí, de vez en cuando yo hice mierda, nunca compuse una canción, me presenté en la Casa Blanca vestido con una capa para decirle a Nixon cómo podía acabar con las drogas, al final estaba tan acabado que me cagaba encima en pleno concierto... Pero, ¿has oído "Suspicious Minds"? ¿Ya has logrado descubrir desde qué dimensión suena mi voz en "Heartbreak Hotel"? ¿Sigues intentando imitar el movimiento de mis brazos cuando canto "Return to Sender"? ¿Cómo es que todavía no has logrado reprimir la lagrimilla cuando me ves cantar "If I Can Dream" en el especial de la NBC de 1968? Pues eso".
Bueno, supongo que no hará falta que os diga lo a gusto que pensamos hacer La Vía Láctea de este domingo para celebrar los 80 años de Elvis Presley. Y eso que no vamos a pinchar ni una de sus canciones. En cambio, sí aparecerá Bruce Springsteen cantando sobre aquel hombre al que intentó visitar una noche de 1976 tras saltar la valla de Graceland. O a los Who dándole las gracias por hacerles sentir "chicos guapos" cada vez que le veían en televisión. A Drive by Truckers contando que fue Carl Perkins, y no Elvis, el que se ganó un Cadillac por vender el primer millón de singles de la Sun Records. A Mojo Nixon asegurando que Elvis está en todas partes, a Calamaro apostando que está vivo y a Little Richard junto a los Living Colour rapeando que le dejen descansar en paz. Por ahí pasará Phil Lynott recordando que el día que Elvis murió se puso fino de ginebra y vino (y a saber de qué más). También escucharemos la historia de una señora irlandesa que dejó a su marido e hijos para pasar sus días junto a la tumba de aquel chico de Tupelo, a un trío de adolescentes implorándole al soldado 53310761 que se acuerde de ellas mientras descansa en el barracón. Quizá también pasen por nuestra galaxia Robert Mitchum, Alice Cooper, The Cramps o los Stray Cats. A todos ellos, para bien o para mal (Alice Cooper aún se acuerda de cuando tuvo la oportunidad de pegarle un tiro en la sien al hombre de las caderas bamboleantes, que impidió el regicidio con una patada voladora) quedaron marcados por Elvis y lo reflejaron en sus canciones. Y es que, cómo cantó Neil Young, él era el Rey.
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