Crítica

Sibelius sobre todo

Alfredo Brotons Muñoz | valencia

Abrir una velada con la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis y cerrarla, ya como propina, con el Vals triste constituye por sí mismo una declaración de confianza en la sección de cuerdas de una orquesta. Decir que las expectativas se cumplieron, y sobradamente, en ese respecto no es desmerecer del resto actual de la formación que en 1858 fundó Charles Hallé en Manchester; pero tampoco afirmar que todo lo que se oyó esta noche fue insuperable.

La sonoridad cálida hasta lo tórrido que pide y de que se dotó a la sobrestimada obrita del sobrestimado Vaughan-Williams no se prolongó desde luego al acompañamiento del Concierto para violín de Chaikovski. El noruego Henning Kraggerud (Oslo, 1973), estupendo en todos los respectos técnicos sin excepción, propuso además un enfoque interpretativo que, sin llegar ni de lejos a la originalidad sin merma del rigor con que el pasado mes de mayo asombró Leticia Moreno, sí dejaba sentir una intención de trascender la literalidad de las notas escritas. La respuesta que encontró fue sin embargo un apoyo de precisión objetivamente elevadísima, pero nada más. El diálogo entre el solista y el primer atril de clarinete con que se retoma la primera sección de la Canzonetta resultó paradigmático en este sentido: poesía frente a prosa. Además, en una lectura sin ningún recorte hubo de lamentarse en cambio que en el final se exagerara la indicación Poco meno messo y la preparación del clímax conclusivo se preparara con una regulación dinámica (en el nº 580) sencillamente inventada.

No incurrió Mark Elder en estos libertinajes en una Quinta de Sibelius de partitura plagada de alteraciones de velocidad e intensidad esta vez tan escrupulosamente respetadas como más no cabría desear. Y esa fue la principal causa de que podamos hablar de una versión redonda de principio a fin, con todos los pasajes perfectamente integrados en el discurso y una infinidad de detalles resaltados en la justa medida para producir en todo momento el correspondiente efecto emocional genialmente previsto por el compositor.

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