Crítica
Entusiasmo como valor
En el primero, Gustavo Dudamel pagó el exceso de velocidad con una inevitable ralentización en el compás 423.
Alfredo Brotons Muñoz | valencia
Orquesta Simón Bolivar
palau de la música
Dir: Gustavo Dudamel. Obras de Beethoven y Wagner. 19 de enero.
ocas iniciativas culturales son hoy en día tan admiradas como el Sistema creado por José Antonio Abreu en Venezuela. Los miembros de la Simón Bolívar, su buque insignia, conservan como valor añadido a su igualmente innegable capacidad como músicos un entusiasmo común por cuanto naturalmente consustancial a toda orquesta juvenil.
Pero el peligro que esto comporta no es difícil de prever y se hizo evidente en la Quinta de Beethoven, una obra precisamente de las que peor aguantan cualquier tipo de descontrol. En los movimientos extremos nunca se bajó del mezzoforte y siempre costó distinguir entre el forte y el fortissimo.
En el primero, Gustavo Dudamel pagó el exceso de velocidad con una inevitable ralentización en el compás 423.
Tras una transición desde el tercero que por su misterio constituyó el punto culminante de la versión, en el cuarto los peajes fueron la sí evitable rebaja del volumen cuando en el compás 586 se indica più forte y, más grave, que la recapitulación fuera más acelerada que la exposición. Los dos centrales se mantuvieron en un nivel de corrección más que aceptable salvo por que la reprise de la primera sección del Allegro pecó de nuevo de exceso de fuerza en la ejecución.
Los cinco pasajes orquestales del Anillo wagneriano que ocuparon la segunda parte salieron mejor librados, en gran medida porque el secreto de esta música es mucho más fácil de descifrar y por más vías. La blandura de que por ejemplo se dotó a la sección central de la Entrada en el Valhalla es legítima partitura en mano, lo mismo que el muy agrio tono con que al final de la Marcha fúnebre oboes y clarinete entonaron el tema de Brunilda. Detalles así resultaron más estimables que los pasajes de gran estruendo ofrecidos por los casi ciento cuarenta instrumentistas que abarrotaban el estrado.
Como propinas, una Muerte de amor muy sentida y con un final dilatado hasta provocar la entrada falsa de un arpa, y un Alma llanera que hizo sobre todo las delicias de los muchos venezolanos que contribuyeron a llenar el aforo hasta rebosar.
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