Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crítica musical

Tanta farsa como «pathos»

Todo Don Pasquale se ha de valorar ante todo aunque no exclusivamente por la reacción emocional que produzca el sopapo que una coqueta viuda joven acaba por propinarle a un ingenuo viejo solterón. Jonathan Miller consigue que, como el libreto señala y la música confirma, sea apropiadamente ambigua: mucha farsa, sí, pero tanta como pathos.

Su montaje, estrenado en Florencia en 2001, provoca inevitablemente el recuerdo inmediato de la malhadada Rue del Percebe en que hace dos años se metió al Barbero de Sevilla en la misma sala. Pero nada que ver: lo que aquí vemos una casa de muñecas en la que figurines de Fragonard componen hermosos cuadros vivientes en interiores de Hogarth. Cierto que hasta el final, cuando los personajes salen a un jardín sin ninguna vegetación (esto sí resulta incoherente), todo se canta desde muy lejos cuando no también desde muy alto. El efecto sin embargo no es, al menos esta vez, de distanciamiento.

Lo evitan decisivamente los músicos. En su voz y sus movimientos, Michele Pertusi refleja con minuciosidad el conflicto de sentimientos que atormentan a un ser humano ni por aproximación cabalmente descrito como carcamal, y Nadine Sierra también canta y actúa como una Norina ora buena ora mala pero siempre dotada de una extraordinaria capacidad para mantener firme la línea vocal. Los personajes masculinos, de psicología más unívoca, son igualmente bien servidos por Maxim Mironov, un auténtico tenore di grazia en estado de gracia, y Artur Rucinski, un barítono de timbre tan cálido como para despertar simpatía hasta por el taimado Malatesta. La contribución del coro fue corta pero excelente; la de la orquesta, siempre respetuosa con la partitura y por ende con los cantantes. Roberto Abbado favoreció la fluidez y claridad con medios distintos pero una eficacia y una inspiración que no habrían extrañado en su tío Claudio.

Compartir el artículo

stats