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Entrevista | Miquel Silvestre

"La persona que empieza un viaje es otra a la que lo termina"

«Mi paraíso es la Dénia que conocí de niño, la Dénia de antes del hormigón», se lamenta

Miquel Silvestre, a lomos de su moto, ayer en el centro de Valencia.

No le imagino de registrador de la propiedad como Rajoy.

Son arquetipos. Rajoy ha consolidado uno coherente con el del siglo XIX pero haberlos, haylos diferentes.

«Los mapas son cartas de amor», escribe, y esos huecos, esos espacios en blanco en los mapas que tanto le atraen ¿qué son?

Una promesa. Cuando uno mira un mapa de una región que no conoce está lleno de signos indescifrables. Una vez que has ido a un país, esa geografía ya no se le olvida jamás. Eso es una carta de amor, primero por conocer, luego conocido. Los países, las geografías, se convierten en antiguos novios. Sabes dónde están los lunares, cómo se despierta por la mañana...

¿Su moto es como la cabalgadura de los antiguos caballeros andantes?

Sí, sí. Visualmente no hay mucha diferencia; es un jinete con una montura y el espacio alrededor. Yo estoy dentro del paisaje, como un árbol o una piedra, expuesto a las mismas inclemencias del tiempo. La motocicleta me ofrece la última gran aventura y al mismo tiempo te ofrece las ventajas del motor de explosión y he podido recorrer Sudamérica en cien días. La motocicleta te aporta cercanía, libertad y emoción. Tú eres como un tamiz, por tí va pasando todo el planeta, lo bello y lo feo. Es como si estuvieras en un río: te trae sustancia de río arriba y se lleva la tuya río abajo. El aire te atraviesa, recibes las partículas que lleva el aire y vas dejando tus partículas. Ese estímulo constante te va transformando, la que empieza el viaje es una persona diferente a la que lo termina.

Sus viajes no son solo geográficos. De algún modo viaja en el tiempo, por la historia, en pos de los conquistadores.

He tenido el privilegio de ponerme en la piel de los conquistadores al haber visto lo mismo que ellos vieron. Es completamente distinto a leerlo en un libro de Historia.

¿Nos han contado mal la historia de la Conquista?

Los datos están en las verdaderas crónicas. Los niños aymara o quechua hoy pueden conocer la historia de los incas, de su pasado, gracias a que la escribieron los cronistas de la Conquista española. Eso genera un auténtico conflicto, cómo se ponen dos mundos en común. Hay episodios censurables en todo momento; otros no pueden serlo porque entonces eran ley de guerra. Yo intento explicar la historia para que cada uno saque sus conclusiones, y aquilatar el esfuerzo de estos conquistadores al atreverse a ir a esa geografía de la cual lo desconocían todo. No sé si será bueno o malo, pero había que tenerlos muy bien puestos para atreverse. Eran gente de un temple extraordinario, muy diferente al nuestro; nos hemos reblandecido como sociedad. El libro pone el acento en aquellos que encontraron una motivación espiritual en ir, los que buscaban no era riqueza, era fama, gloria, dejar su nombre en los libros de Historia, que es una pulsión muy española, mezclada con el Renacimiento, cuando los autores empiezan a firmar sus obras.

También es un viaje personal. Dice que viajando ha encontrado a Dios. ¿A sí mismo?

Sí, yo le llamo Dios. Todo viaje es siempre un viaje interior, sobre todo en solitario. Por eso abandono el registro, por eso me convierto en escritor, porque yo quería ver en realidad quién soy. Es más fácil encontrar quién eres cuando te sueltan de golpe en una sociedad donde no no tienes asideros. Eso te demuestra quién eres, quién eres desprovisto de todas las cortezas, los trajes, las tarjetas de crédito...

Y lo que se ha encontrado por el mundo es en general gente buena.

Sí, sí. Las noticias de África te enseñan hambrunas y guerras. Se produce el efecto de lupa de la cámara de televisión. Vas con la cámara, enfocas a un niño con un kaláshnikov, y la idea es que toda África está llena de niños con kaláshnikov, cuando la gran mayoría juegan al balón. Yo me he encontrado con que la gente, por lo general, es decente, y las sociedades funcionan. En estas sociedades que nosotros tendemos a temer se respetan las normas morales básicas con más fuerza que aquí.

¿Las fronteras son absurdas?

Yo defino las fronteras como una burocracia separada de otra burocracia. Líneas arbitrarias, absurdas. Si algo he comprobado viajando por el mundo es que si alguien piensa que existe una especie de club Bieldeberg, un Gran Hermano dirigiendo este mundo, comete un gran error, no hay nadie a los mandos.

Hace un programa de televisión, pero dice que para seguir siendo escritor.

Espero que la tele me ayude a vender libros.

Ha visto paisajes increíbles, pero su tierra natal „la Marina Alta„ no se queda atrás.

Mi paraíso es la Dénia que conocí cuando era niño, la Dénia antes del hormigón.

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