La carrera literaria de Günter Grass —que puede caracterizarse como una sucesión de éxitos desde El tambor de hojalata (1959) hasta su ciclo autobiográfico aparecido ya en el siglo XXI— estuvo acompañada siempre de una voluntad de intromisión política que hizo del escritor un intelectual incómodo para muchos.

La experiencia del hundimiento de la República de Weimar y el advenimiento del nazismo llevaron a Grass al convencimiento de que una democracia sólo puede vivir si hay suficientes personas dispuestas a defenderla y ello lo llevó a asumir un compromiso político permanente.

La carrera de Grass empieza, como la de muchos otros intelectuales de la postguerra alemana, con un conflicto permanente con el establecimiento de la era del canciller Konrad Adenauer, marcada por tendencias autoritarias y moralistas en las que muchos veían un intento de restauración.

Su primer éxito literario con El tambor de hojalata también significó para Grass su primer conflicto abierto con las autoridades de la joven República Federal de Alemania y por el libro terminó respondiendo ante los tribunales por los cargos de pornografía y blasfemia.

El moralismo de la era Adenauer estaba representado por la Unión Cristianodemócrata (CDU) y por su ala bávara, la Unión Socialcristiana (CSU), sobre todo cuando el legendario Franz-Josef Strauss asumió el mando de esta última agrupación.

Los dardos de Strauss contra los intelectuales —cuyos blancos preferidos eran Grass y Heinrich Böll— son legendarias pero también lo son los ataques de Grass y de Böll al establecimiento.

Entre otras cosas, Grass denuncia el pasado nazi de muchos altos cargos de la CDU, entre ellos Kurt Georg Kiesinger —canciller entre 1966 y 1969-—y Hans Filbinger, líder del partido en Baden-Württenberg.

Años después, cuando el propio Grass reveló que había sido parte de una unidad de las SS, desde la prensa conservadora hubo quienes acusaron al escritor de haber sido inconsecuente al atacar de esa manera a Kiesinger y a Filbinger cuando él mismo tenía un pasado oscuro.

Grass entonces se defendió diciendo que mientras sus pecados nazis habían sido en la adolescencia, Filbinger y Kiesinger se habían comprometido con el nacionalsocialismo como adultos y en posiciones de cierta importancia.

Grass justificó la revelación en Pelando la cebolla (2006) de su pasado adolescente en las Waffen-SS, una unidad nazi que participó activamente en el holocausto, para mostrar a los jóvenes el poder de atracción que tuvo el nazismo en su generación.

En todo caso, mientras que algunos escritores en los cincuenta y en los sesenta tomaron partido por la izquierda radical, Grass asumió desde el comienzo de su intervención en política una posición socialdemócrata.

Esa posición se intensificó cuando Willy Brandt se convirtió en líder del Partido Socialdemócrata (SPD) y en el principal oponente de Adenauer.

El que Brandt asumiera el Ministerio de Exteriores bajo una gran coalición presidida precisamente por Kiesinger no hizo que la admiración de Grass disminuyera ya que, ante todo, apreció su voluntad de lograr una reconciliación con Polonia.

Después de que en 1969 Brandt llega a la cancillería, el compromiso socialdemócrata de Grass aumenta aún más y a partir de entonces acompañó con mayor o menor intensidad todas las campañas electorales del SPD.

Sin embargo, en 1992 se distanció del partido debido a un compromiso de la agrupación con la CDU para limitar el derecho de asilo. Grass entregó en esa fecha su carné de militante pero posteriormente acompañó las campañas electorales de Gerhard Schröder y Peer Steinbrück.

Pese a ello, Grass tampoco depuso su vocación crítica ante los gobiernos del SPD.

Así, durante el segundo gobierno de Schröder (2002-2005) y tras las reformas de la Agenda 2010, Grass impulsó y financió un libro, En un país rico, en el que se recogían artículos críticos sobre las consecuencias negativas de las reformas.

En sus últimos años, Grass estuvo llamando al SPD a volver a sus orígenes como lo muestra otro libro impulsado por él —¿Qué hubiera dicho Bebbel?— en el que diversos autores reflexionan sobre problemas actuales a la luz del pensamiento del fundador de la socialdemocracia alemana, August Bebbel.

Capítulo aparte merecería su visión crítica de la reunificación alemana, cuya expresión literaria fue su novela Es cuento largo. Su última salida política fue un poema crítico sobre Israel que le valió acusaciones de antisemitismo por parte de las autoridades israelíes y la declaración de persona «non grata».

Críticas a Aznar por Irak

Grass nunca eludió ningún tema de actualidad. Así, cuando en febrero de 2003 presentó en Madrid su novela A paso de cangrejo, lanzó una dura reprimenda al Gobierno español, entonces presidido por José María Aznar, por la guerra preventiva en Irak.

«No me quiero inmiscuir, pero creo que Aznar está sordo y está actuando de una manera muy poco democrática. Hace mal aliándose con Berlusconi, y, si es amigo de Bush, a los amigos hay que decirles la verdad», dijo entonces.

«La democracia en España es joven, como lo fue en su día en Alemania, y si se desprecia la opinión del pueblo se produce una recaída a tiempos predemocráticos», argumentó.

En el terreno literario, fue asimismo legendaria su enemistad con el más feroz crítico del país, Marcel Reich-Ranicki.

Alemania registró ayer la muerte de Grass como la marcha de un gran escritor y un polemista incansable que, según la canciller Angela Merkel, «ha marcado como pocos la historia de Alemania, desde el final de la guerra, con su compromiso personal, literario, político y social».

«Ahora Dios va a tener que oirlo», escribió el humorista Micky Beisenherz haciendo alusión a la faceta de crítico incómodo.

La propia Merkel había sido con frecuencia víctima de los dardos del escritor, al igual que otras personalidades de la política, del mundo de la cultura o de los medios de comunicación alemanes.