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Obituario

La segunda muerte de Grass

El escritor alemán empezó a desaparecer cuando cayó la figura del intelectual comprometido

La segunda muerte de Grass

Me van a perdonar, pero creo que Günter Grass acaba de morir por segunda vez. Ha muerto ahora su carne mortal: hace ya años que la figura Günter Grass o lo que representaba GG había muerto. Tengo para mí que no ocurrió su primera muerte cuando salió a la luz que aquel adalid de la democracia (o de la socialdemocracia) había pertenecido, no sé si decir en su infancia o en su adolescencia, a cierta unidad de tanques de las SS. Él mismo lo contaba: «Milité en las juventudes hitlerianas. Tras la derrota de Stalingrado, Goebbels arengaba: ´¿queréis ir a la guerra total?´, y todos gritábamos ´Sí´. Yo tenía 15 años». Así fue: «No se sabía nada de los crímenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la afirmación de mi ignorancia no podía disimular mi conciencia de haber estado integrado en un sistema que planificó, organizó y llevó a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado», dijo. No, no creo que su postergamiento en el gusto de los lectores se debiera a esa desdichada adscripción, máxime en un país como el nuestro en donde se decidió y parece que aún se decide, casi por Decreto-Ley, que todo debía y debe ser olvidado, que el que esté sin pecado que tire la primera piedra. Creo más bien que Günter Grass cayó cuando cayó la figura del «intelectual comprometido».

Todos leímos El tambor de hojalata en su momento como una revelación. Aquella historia de Oscar Matzerath que comenzaba: «Lo reconozco: estoy internado en un establecimiento psiquiátrico y mi enfermero me observa, casi no me quita el ojo de encima». Era una novela tan compleja, tan llena de guiños, exageraciones y desmesura que no podía por menos que ajustarse a unos gustos tan necesitados de escapar de la grisura imperante. O El Rodaballo, aquella mezcla de recetas de cocina y aplastante historia. A la vez, veíamos a Grass por todas partes, hablando de Alemania, de las Alemanias, de Europa, de arte y filosofía, de ideas y proclamas? Era lo que se llamaba un «intelectual», una especie ya extinguida, cuyo lugar en la cadena alimenticia o alimentaria ha sido ocupado rápidamente por los figurones del famoseo, quienes, a su vez, opinan también de todo y en todas partes, aunque sin tener, en este caso, la menor idea de lo que están hablando. De modo que Grass escribía cosas de difícil intelección y, además, participaba en congresos y movidas sentando cátedra tras cátedra. Era, pues, un «intelectual comprometido», lo máximo, un nuevo Sartre. Hasta que aquella manera de pensar (o, simplemente, el pensar) se fue al diablo y arrastró consigo a sus protagonistas. Cuando hace menos de diez años salieron a la venta las memorias de Grass (Pelando la cebolla, qué mal titulaba), pocos le hacían caso o pocos se enteraron en firme. Su momento de gloria había pasado: ya tenía el Nobel, ya el Príncipe de Asturias. Ya había hecho rodar su piedra: «La condición humana consiste en hacer rodar la piedra. Y no hay más».

A mediados de los 80, Günter Grass se las tuvo tiesas con Juan Benet en una mesa celebrada en el Instituto Alemán de Madrid. Grass, claro, defendía el «compromiso» político o ciudadano del escritor. Benet, claro, el compromiso con la escritura. Grass concluyó: «El señor Benet seguramente será tan buen escritor como pésimo ciudadano». Benet concluyó: «El señor Grass seguramente será tan buen ciudadano como pésimo escritor». ¿Comprometerse hoy el escritor con la escritura, comprometerse hoy el escritor con su sociedad, con la política? Como decía el otro, se cuentan con los dedos de la oreja quienes tal hacen. Descanse Grass en paz (y Benet también) por segunda vez.

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