Con todo lo necesario y nada de lo superfluo, el Cuarteto Vlach de Praga mereció los aplausos del entregado público de la SFV, el cual, desde los primeros compases, intuyó la calidad avalada por una trayectoria de varios lustros dentro y fuera de su país.
Desde siempre, los músicos centro-europeos han poseído una especial predisposición para este tipo de conjuntos de cuerda. Con el Cuarteto en La mayor, del bilbaíno Arriaga, verdadero prodigio musical de su época, quedó patente la calidad de los intérpretes checos. Con cuidadísima afinación y nobleza de sonido, su versión mantuvo la atención del auditorio, tanto por la maestría de los violines, del generoso aporte del cello o por el delicioso vuelo de la viola, siempre con el tempo justo para dejar fluir cada movimiento.
Hay que poseer un bagage técnico tan competente como el de los músicos del Vlach para acceder a los intrincados pentagramas de los cuartetos de Dimitri Shostakovich. Con su versión del Cuarteto en re menor op.122 ya no quedó duda alguna de su virtuosismo así como de su comprensión del estilo. Escrito a manera de suite con una precisión de relojería, el controvertido y polémico Shostakovich sorprendió por un lenguaje exigente, ácido y ¿atrevido? en diferentes momentos de la obra. Todo ello fue superado con maleable facilidad por los cuatro instrumentistas.
Del bohemio Antonin Dvorak, uno de los grandes patriarcas de la música checa, escuchamos el Cuarteto op.51, nº 10, una página rebosante de melodías de aquellas regiones. Música efusiva y colorista donde destacó el momento Dumka, forma musical originalmente de Ucrania, que infinidad de compositores (Chopin, Chaikovski, Borodin, Janacek o Martinu) incluyeron en su catálogo y que permitió a Dvorak desplegar un movimiento meridianament inspirado, traducido con meticulosidad y esmero por el buen hacer del Cuarteto Vlach.
El climax conseguido animó para ofrecer dos cortos bises fraseados con idéntica perfección técnica y correspondiente mesura. Alta calidad camerística.
