Decía Gonzalo de Berceo aquello de «quiero fer una prosa en román paladino, en cual suele el pueblo fablar a su vecino». Es decir, hablar en cristiano, o en plata. O sea, con claridad.

Claridad que es lo que a veces falta en la sociedad, tanto a políticos, banqueros, escritores, periodistas e incluso a los taurinos, quienes en ocasiones utilizan una jerigonza incomprensible. Y es que una cosa es que el lenguaje taurino sea uno de los más destacados por su riqueza y variedad, y otra que a veces no se entienda lo que se dice. O que tras las palabras se oculte la pura realidad.

Y también a veces es difícil tratar de relatar en este román paladino, y de poner negro sobre blanco, cuanto acontece en un ruedo. Como lo que sucedió en el coso de la calle de Xàtiva.

La de ayer era la primera corrida del abono, y el cartel artístico y de más relumbrón del serial, con tres toreros de interesantísimo corte y que habían triunfado recientemente en la feria fallera. A pesar de ello, los tendidos registraron una decepcionante afluencia de público. Y aunque los que fueron estuvieron siempre apoyando a los toreros generosidad, el festejo decepcionó.

Y es que el encierro de Victoriano del Río, que estuvo en general correctamente presentado y sobrado de romana, dio un muy escaso juego. Claudicante el noble, aborregado y desraizado primero, se tapaba por la cara el segundo, que se dejó pegar en varas. Sin casta y escaso de poder, fue y vino sin ton ni son. El burraco tercero tomó dos picotazos en el caballo y metió la cara rebrincado y siempre queriéndose ir, y pareció mejor en las manos de su matador, que lo supo entender a la perfección. Noblón y desclasado el cuarto, que se dejó sin más, el quinto derribó en varas pero, muy desrazado y apagado, no dejó de defenderse. Y el cierraplaza empujó en varas y repitió con cierta fijeza aunque se apagó pronto.

Veintiséis años después de su triunfal debut como novillero en esta misma plaza, Finito de Córdoba volvió hacer el paseíllo en Valencia. Aquí sigue teniendo muchos seguidores, algunos de los cuales tras haber abjurado de su finitismo, habían vuelto por la senda de esta religión. Pues ayer no dio motivos. Se puso bonito ante el irrelevante primero, en una labor de más forma que fondo, de más estética que conjunción y en la que mató a la última. Y también a la última se deshizo del cuarto, al que le dio algunos muletazos deslumbrantes en el marco de una labor siempre periférica. Cuando sonaba el tercer aviso se echó su antagonista.

El Morante Tour hizo una escala en Valencia. Y poco más. Con la gente a favor de obra, anduvo por ahí ante su primero, en una labor de aislados detalles que no terminó de coger vuelo. Y acabó por quitarle las moscas al quinto, frente al que dio un sainete con los aceros.

Lo único destacado de la tarde corrió a cargo de Talavante, torero que se encuentra en gran momento y que camina por la senda de lo sorprendente y lo imaginativo. Lució ante el tercero por su autoridad y lo original de sus formas y planteamientos.

Emotivo fue su inicio de faena genuflexo, en un trabajo en el que dejó la muleta puesta y que tuvo tanta originalidad como improvisación. Mando, frescura y lucidez. Y lo intentó con seguridad con el sexto, aunque sin rúbrica. Mató de una gran estocada y la gente le pidió la oreja de forma sorprendente.