Una investigación liderada por André Strauss, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, y con la participación de Domingo Carlos Salazar-García, del departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universitat de València, apunta a que la decapitación es un ritual americano de 9.000 años de antigüedad y cambia así la tradicional visión dominante sobre ese rito en América: ni es un fenómeno basado en los Andes ni, como se creía, relativamente reciente.

Pocas costumbres amerindias impresionaron tanto a los colonizadores europeos como la amputación y la exhibición de partes del cuerpo humano, y, más aún, cuando se trataba de la decapitación. Aunque algunos autores aún lo discuten, la evidencia arqueológica confirma que esta práctica tiene raíces cronológicamente profundas y que el ritual de la decapitación está ampliamente aceptado como práctica común entre los nativos americanos de todo el continente.

En América del Sur, la decapitación más antigua datada con claridad hasta la actualidad está en la región de los Andes (yacimiento de Asia 1, Perú) y se remonta a unos 3.000 años. Como todos los hallazgos arqueológicos sudamericanos se habían localizado en los Andes se suponía que la decapitación era un fenómeno andino.

Pero los resultados de la investigación liderada por André Strauss y con la participación del investigador valenciano Domingo Carlos Salazar García, publicados en Plos One, ha revelado un caso de 9.000 años de antigüedad y en una zona diferente, como es el refugio de piedra de Lapa do Santo, en Brasil. Este yacimiento aporta pruebas de ocupación humana de hace unos 12.000 años. En este mismo yacimiento los investigadores encontraron en 2007 fragmentos de un cuerpo humano enterrado, con un cráneo, una mandíbula, las primeras seis vértebras cervicales y dos manos.

Los investigadores dataron los restos en una antigüedad de 9.000 años. Encontraron las manos dispuestas encima de la cara del cráneo, una hacia arriba y la otra hacia abajo, y observaron marcas en forma de V en la mandíbula y en la sexta vértebra cervical.

Aunque la perspectiva occidental ha entendido muchas veces la decapitación como una forma de violencia entre grupos y como castigo, los puntos del registro arqueológico y etnográfico ofrecen un nuevo escenario más complejo en el Nuevo Mundo. Según Domingo Carlos Salazar-García, responsable de los estudios isotópicos, «el estudio sugiere que los restos eran de un miembro local del grupo y no de un enemigo extranjero derrotado». Además, la presentación de los restos ha llevado a los autores a pensar que «la escena representa probablemente una decapitación ritual y no una presa como trofeo». Si esto es así, los restos pueden demostrar rituales mortuorios sofisticados entre los cazadores-recolectores.

En opinión de Strauss, «la ausencia de un elemento de castigo deja paso a considerar que se trata de una práctica que expresa una noción radical de la alteridad». «Como aparentemente no disponían de objetos suntuosos ni de una arquitectura elaborada „abunda el científico„, parece ser que utilizaban el cuerpo humano para expresar sus principios cosmológicos».

Los autores creen que este puede ser el caso más antiguo de la decapitación del Nuevo Mundo, lo que conduce a una nueva evaluación de las interpretaciones anteriores de esta práctica.