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Crítica

Lujos varios

Un programa con Haydn, Bernstein y Beethoven es garantía de variedad que a su vez aumenta la probabilidad de altibajos en la calidad interpretativa

«Sinfonía nº 44 de Haydn»

palau de la música (valencia)

6 de noviembre

Director: Yaron Traub. Intérpretes: Marina Rodríguez-Cusí (mezzosoprano), Sergey Kachatryan (violín) y Orquestra de València. Obras: Haydn, Bernstein y Beethoven

Un programa con Haydn, Bernstein y Beethoven es garantía de variedad que a su vez aumenta la probabilidad de altibajos en la calidad interpretativa. No fue el caso, sino el de una sucesión de lujos diferentes en esencia y exigencia pero de nivel siempre, como mínimo, muy alto. Aunque teniendo en cuenta la tradición de desencuentros de la Orquestra de València con el clasicismo, lo fue sin duda la versión de la Sinfonía nº 44 de Haydn. Salvo por un primer movimiento llevado por el maestro Traub a tempo cómodo en el peor sentido del término, es decir, sin la expresión dramática y el brío intenso esperables del sobrenombre «Fúnebre» y la adhesión al Sturm und Drang, en su conjunto puede decirse que se anduvo muy cerca de lo mejor oído a estos músicos en tal repertorio.

Sostiene Michael Tilson-Thomas que la posteridad aún valorará más a Leonard Bernstein como compositor que como director. La primera de sus tres sinfonías, subtitulada «Jeremías», resultó estremecedora en sus movimientos extremos y divertidísima en el central: a esto último contribuyó decisivamente la ágil y precisa respuesta de la orquesta; a lo primero, en el final, la voz de Marina Rodríguez-Cusí, tan imponente en su carnosidad de contralto como por su musicalidad.

El recuerdo de dos magníficas actuaciones con orquestas y directores extranjeros de postín confería al regreso del violinista armenio Sergey Khachatryan un atractivo especial, máximo con Beethoven en los atriles. Las expectativas se cumplieron sobradamente. Con el apoyo de un acompañamiento tan sutil en sus matizaciones que hizo doblemente meritorio el brillo de los fagots, la obra sonó con una frescura a estas alturas inusitada.

Las cadencias se entendieron como compendios, y tan asombrosa fue la bravura exhibida en los allegros como la detención de los pálpitos por ejemplo en el primer episodio del Larghetto. Como guinda, la zarabanda de la Segunda partita de Bach aún enardeció más el justificado entusiasmo del público que abarrotaba la Iturbi.

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