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Le Corbusier contra la democracia

El estudioso Jean-Louis Cohen expone en la Politécnica su análisis de los postulados políticos del arquitecto - «Era como un jugador de fútbol: cambiaba de izquierda a derecha con tal de marcar goles», apunta

Le Corbusier contra la democracia

Un ambidiestro político, oportunista y antidemócrata. Y un reformista convencido. Ese podría ser el traje más ajustado que el arquitecto francés y estudioso en la figura de Le Corbusier, Jean-Louis Cohen, es capaz de tallar. No es tarea fácil ubicar a uno de los grandes arquitectos del siglo XX en términos ideológicos y, tras un año en el que varios libros han desplazado al arquitecto hacia la derecha (extrema), un experto como Cohen recorría ayer todos los ángulos del personaje en su conferencia dentro del congreso celebrado en la Politécnica.

«Lo presentan como un hombre de derechas, casi un fascista», recoge el experto, pero en seguida deja fuera un extremo de la discusión, «pero nadie dijo que fuera un nazi, porque él odiaba Alemania». Excluida la simpatía por el régimen de Hitler, queda un sinuoso camino para llegar a entender al padre de la arquitectura contemporánea. ¿Por qué su cercanía con Vichy? «Pasó tiempo en Vichy pero no fue el único que estuvo allí. Para mucha gente, a principios de los cuarenta, Vichy representaba la posibilidad de hacer reformas».

Reformas, ahí llegamos a una de las coordenadas del mapa ideológico del genio suizo-francés. Cohen describe su pensamiento como «naive» y ofrece una clave contundente: «Una cosa es segura: no era un demócrata». No hace falta repasar exhaustivamente el paisaje por el que transitaba el arquitecto: la extrema debilidad de las grandes potencias europeas, la sensación de que se habían quedado sin respuesta para los problemas de la primera parte del siglo XX. En ese sentido, quizás Le Corbusier pensara que el cambio no llegaría del debate abierto: hacía falta un leviatán. «Era un reformista y veía la democracia como un gran impedimento para las reformas. Era, por tanto, un elitista. Quería cambiar las cosas y se puso del lado de los gobiernos que planteaban esos cambios».

El «zig-zag» político llevó al arquitecto de Italia a Moscú, negociando con posturas antitéticas en un camino que, paradójicamente, poseía una coherencia total: Le Corbusier solo servía a sus intereses, que eran los del cambio de paradigma de la arquitectura.

«Siempre perseguía la misma agenda, que era cambiar las ciudades. Estaba buscando aliados», aporta Cohen, quien abunda en el carácter transformador del arquitecto, en momento de crisis de madurez del continente: «Estaba interesado en cambiar el mundo. Pensaba, como mucha gente, que la nueva era requería nuevas soluciones». Así que será difícil situar al francés en una dimensión. Quedan abolidos los intentos de instalarlo en el eje izquierda-derecha, al calor de Mussolini o de Stalin. Cohen, para concluir, ofrece una descripción más original: «Cambiaba de banda, de derecha a izquierda como un jugador de fútbol, con tal de marcar goles. Creía en las elites y pensaba que el debate democrático era una pérdida de tiempo; pero también estaba a favor del cambio social, abierto a las nuevas necesidades sociales. En cierto sentido representaba a la arquitectura de su siglo».

En cualquier caso, Cohen viene a ofrecer una síntesis para un debate que asegura que «se ha perpetuado durante muchos años» pese que se intensificara en Francia la pasada primavera, que versa sobre un ser ambiguo como Le Corbusier y al que las novedades editoriales, a su parecer, no han aportado «nada novedoso». «Simplemente era un momento oportuno y se han juntado tres libros», se resigna el estudioso.

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