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Crítica

La muerte desde la vida

Orquestra de València

palau de la música (valencia)

Int. Ketevan Kemoklidze (mezzosoprano), Carles Marín (piano), Coral Catredalícia de València y Orquestra de València. Dir. Cristóbal Soler. Obras de Rachmaninov, Liszt y Prokofiev.

Las Variaciones Paganini de Rachmaninov con sus repetidas citas del Dies irae, la Totentanz de Liszt desde su mismo título (Danza macabra o, literalmente, Danza de los muertos) y también la cantata Alexander Nevski de Prokofiev con su programa derivado de la película en que Eisenstein recreó la atroz batalla sobre el lago Peipus congelado: sin haberse anunciado, la muerte como leitmotiv del programa resultaba evidente. El hado decretó además la coincidencia con estos días de duelo en los que por cierto algunos echaron de menos un minuto de silencio en memoria de los asesinados en París y Bamako.

Mucha vida tuvieron en cambio las versiones que se oyeron. Las dos obras concertantes las protagonizó Carles Marín, figura destacada de la última excelente hornada de pianistas valencianos. Que, tal vez por un manejo no totalmente eficaz del pedal, en los pasajes de mayor volumen se le abriera o achatara un tanto el timbre fue la única reserva que cupo oponer a sus dos exhibiciones de virtuosismo, en las que él y la orquesta fueron a una en el establecimiento de los diversos humores por los que pasaba la c¡iclotímica composición de Rachmaninov, lo mismo que en el mantenimiento constante del siniestro talante por el que se caracteriza la obsesivamente macabra de Liszt.

De que nunca se cargaran en exceso las tintas expresivas fue naturalmente muy responsable otro valor local, Cristóbal Soler, un director ya en plena posesión de la madurez necesaria para escoger qué y cómo debe sonar en cada momento, y conseguir que así sea con sobriedad gestual muy de agradecer.

Todo lo cual volvió a demostrar en la segunda parte, donde la Coral Catedralícia confirmó los progresos en el camino hacia su conversión en un instrumento de absoluta garantía, en la orquesta apenas hubo que lamentar más que el trompeta no tuviera precisamente su mejor día, y en su breve intervención gustó mucho la georgiana Ketevan Kemoklidze, una mezzosoprano de voz aún más cálida que grande.

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