«Este que veis aquí, de rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba, soy yo: don Ramón María del Valle Inclán». Ahí queda el autorretrato literario que se perpetra el creador del esperpento. Al lado del texto, negro sobre blanco en el dormitorio de monjas del hoy secularizado convento del Carmen de Valencia, cuelgan un puñado de fotografías de don Ramón. Por otra pared surge Pío Baroja en el bosque. Más allá, Unamuno con toda su familia.

Y aquí delante, serio, enjuto y anciano, Azorín, por una calle de Madrid próxima al Teatro Apolo. Dicen que en esos años solo salía de casa para ir al cine.

Don Benito, el garbancero y grande Pérez Galdós, asoma sentado junto a su perro. Y en otra, junto a los hermanos Álvarez Quintero tras el estreno de su Marianela.

A unos cuantos se les ve en la cama, leyendo, como Unamuno o Jacinto Benavente. Mariano de Cavia también yace, pero amortajado. Al autor de Los intereses creados lo vemos más allá posando para Sorolla.

Y ahora que hablamos de valencianos, que no falte Vicente Blasco Ibáñez. Ahí está, la imagen es conocida, en una terraza en Montparnasse, junto con otros intelectuales exiliados de la dictadura de Primo de Rivera. Es 1924. En otra está al llegar a Argentina, rodeado de la decena de fotógrafos que le esperaban.

Si de algo ha servido ya esta exposición es para convertir al blasquismo al ideólogo del proyecto, el historiador Publio López Mondéjar. La muestra abarca un siglo, de 1852 a 1950, del Romanticismo tardío „Bécquer aparenta normalito y burgués con sombrero de copa„ a la muerte de los de la Generación de 1914. Interpretémosla „¿por qué no?„ como una reconciliación de los secos castellanos del 98 con los ligeros estetas del Mediterráneo. ¡Qué sorpresas guarda la Historia! Una reproducción gigantesca del retrato que Sorolla hizo al fotógrafo Franzen preside el espacio. Debajo, sí, debajo, la trinidad: Unamuno, Baroja y Valle Inclán. ¿Qué dirían?

La exposición se llama El rostro de las letras, puede verse hasta el 21 de febrero y se queda en 1950, dice Mondéjar, porque luego la fotografía de escritores es peor. Las imágenes retratan la cultura española, que «no era nada y sigue sin ser nada». El comisario no se muerde la lengua: «En la última legislatura no se ha podido arrastrar más la cultura».