Mientras Clooney y compañía renombraban la Ciutat de les Arts i les Ciències como el Mundo del Mañana, en Río de Janeiro tomaba forma un centro bautizado con semejantes pretensiones. El Museo del Mañana comparte con su pariente en Valencia la firma de su hacedor, Santiago Calatrava, y su inauguración en dos semanas supondrá la apertura de un espacio de 30.000 metros cuadrados entre salas interiores y jardines.

«El proyecto ha ido más allá de lo pensado inicialmente ya que, junto con el edificio, Calatrava propuso la creación de una plaza que permitiera mostrar un espacio urbano cohesionado mediante la eliminación de la barrera urbana que suponía la autovía elevada existente junto al muelle», apuntan desde el estudio del arquitecto. Situado en la Bahía de Guanabara de Río, el proyecto prevé 5.000 metros solo de espacio expositivo, si bien los rectores del edificio advertían estos días que no será un contenedor de arte sino un lugar para la investigación científica, carácter que le hermana, precisamente, con el museo del antiguo cauce del Túria.

La veta blanca del arquitecto valenciano en Brasil se aprobó en 2010 y forma parte de Puerto Maravilla, el macroproyecto de la ciudad para presentarse al mundo en los Juegos Olímpicos del próximo año. La remodelación de la plaza Mauá y los nuevos jardines del muelle completan junto al museo la postal buscada por el ayuntamiento de Eduardo Paes, alcalde de la ciudad.

La de Brasil es otra muesca olímpica que de tanto en tanto se apunta el arquitecto en su carrera. En este caso su edificio nace como uno de los procesos de reformulación urbana en paralelo a los planes del mayor evento deportivo del planeta. Tres ediciones atrás, sin embargo, los planos del arquitecto sirvieron para levantar el escenario principal de los juegos. Fue en 2004, en Atenas, cuando el imaginario de Calatrava dio forma al complejo olímpico, gobernado por el reconstruido estadio con sus dos arcos a las alas. Aquella sería su mayor incidencia en un lugar bajo el foco mediático internacional, aunque junto al proyecto dedicado a los juegos quedó en la capital helena puente Katehaki.

La fisionomía de esta construcción es similar a la que presenta otra infraestructura de Calatrava doce años atrás, en este caso en Sevilla. La urbe vivía entonces la eclosión de la Expo del 92 y el conglomerado arquitectónico de la ciudad tuvo su reflejo calatravesco. Allí quedaron uno de los pabellones de la exposición, el de Kuwait, y el puente del Alamillo cruzando el Guadalquivir. Ese mismo año, en Barcelona, se erguía una torre de telecomunicaciones de casi 140 metros de acero en el anillo olímpico de Montjuic, en otra de las primeras señales del arquitecto en ciudades en plena efervescencia. Sería seis años después cuando en la Lisboa que celebraba su Expo, el valenciano diseñó la Estación Intermodal de Oriente con su cielo acristalado.