«Idiosincrasia» es un término que sacan a relucir solo aquellas empresas que han hecho del engranaje su propio producto. Desplazando el foco al fútbol, el Madrid no hace exhibicionismo con su idiosincrasia y sí el Barcelona, que se vende, más que como un club de fútbol, como un ecosistema. Algo así pasa con Pixar, atendiendo a dos de los ponentes que ayer estuvieron en la primera jornada de Digitall y que llevan tatuada la experiencia en el estudio.

«Es la mejor escuela por la que he pasado», resume Carlos Baena, animador madrileño que pasó una década en el estudio, entre los 26 y los 36 años, periodo en el que participó en largometrajes como Los Increibles, Wall·E o Toy Story III. Ahora lleva un lustro fuera de la factoría tratando de desarrollar proyectos propios en un entorno que él define como «la jungla». «Te das cuenta de que hay cosas que son únicas en Pixar, como la forma en la que tratan a la gente», abunda el animador, y señala un aspecto nuclear: «Fuera de Pixar es raro el estudio dirigido por cineastas. Allí, sin embargo, son los mismos diectores los que se han ido haciendo cargo; eso les ha definido siempre».

En ese extremo convergen las visiones de Baena y Gastón Ugarte, animador argentino que aún forma parte de la plantilla del estudio y que habla de una compañía «en manos de artistas». «El ambiente es muy genuino, muy relajado. Si yo, por ejemplo, tengo cuatro semanas para montar un set, nadie controla mis horarios, me dejan absoluta independencia», relata Ugarte. La atmósfera es la marca que exhiben los trabajadores de una compañía que vende, al fin y al cabo, emociones enlatadas en historias.

Porque «the story is the king (la historia es el rey), se repite siempre allí», comenta Ugarte, un mantra que, según el animador, han conseguido mantener pese a la fusión con Disney en 2007. «Sí que nos piden que mantengamos las franquicias, algo que allí no nos gusta demasiado porque preferimos historias completamente nuevas, pero respetan que solo continuemos una saga si hay una buena idea». Asegura el animador que el estudio ha conseguido salvaguardar su independencia, a pesar de que los próximos títulos de la compañía serán secuelas: la tercera entrega de Cars y la segunda de Buscando a Nemo.

Dos películas al año

Baena entró en Pixar tras «muchas cartas de rechazo». Fue a principios de 2000 cuando consiguió acceder al estudio que levantó Steve Jobs. Entonces la empresa tenía unos 350 trabajadores; cuando se fue, una década después, el personal prácticamente se había triplicado. «El objetivo actual es ofrecer dos estrenos al año», explica Ugarte, quien ha subido un peldaño en la cadena de animadores para situarse como supervisor de modelaje. Su último trabajo fue la recién estrenada El viaje de Arlo, en la que recibió el encargo de conseguir «que la naturaleza fuera el antagonista, que el escenario respirara».

Esa, apunta el animador, es la gran innovación de este último título en una compañía que se apunta hitos propios cada ciertos títulos. «La primera media hora de Wall·E es puro Chaplin „explica Baena„ y el prólogo de Up es una muestra de que Pixar dio la vuelta a lo que pensamos de la animación, contando historias adultas». Prevalece en Baena un reflejo idílico de Pixar, compartida por quien aún está allí. «Cuando trabajas aquí te vuelves medio fanático de esto», dice Ugarte.