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Crítica

Cuerdas en 3d

Cuarteto Herold

palau de la música (valencia)

Int. Cuarteto Herold (Lubomir Havlák, Jan Valta, violines, Karel Untermüller, viola u David Havelik, cello). Obras de Haydn, Dvorak y Beeethoven.

Los músicos de cuerda centroeuropeos son siempre garantía por su refinada escuela donde la tradición tiene mucho que ver en contraposición a lo que sucede en la Europa meridional. Por afinación, acecho a sus compañeros y claridad de sonido, la entrega de los Harold en la SFV fue un ejemplo de ello.

Que un músico trabaje por encargo, no es novedad de los tiempos modernos. Ya en la iglesia de Roma y en las cortes europeas hubo este tipo de encomiendas: Stradella, Bach o Ravel las recibieron. Así sucedió con Beethoven cuando, en 1806, el embajador ruso en Viena, Andreas Razumovski, le propuso escribir 3 cuartetos de cuerda, reunidos en el Op.59.

El Cuarteto Harold eligió el nº 2, en mi menor, obra densa pero expuesta con meridiana claridad tanto en el conjunto como en las partes individuales. En deferencia a su sponsor, Beethoven le hizo un guiño con la inclusión de un tema del folklore ruso en el tercer movimiento, que años después sería utilizado por Moussorski, Rachmaninoff y Stravinsky.

Ya desde el Haydn inicial con el Cuarteto «de las quintas» (así llamado por los intervalos la-re/mi-la con el que juega el compositor) se apreció la amplitud de un sonido grande pero nunca desmesurado, y con un sentido del relieve como si lo escucháramos con tecnología 3D. Fue esa la maestría de Havlák, Valta, Untermüller y Havelik, conscientes de lo que se llevaban entre manos por la generosidad sin arrebatos del Vivace assai. Muy apropiada la inclusión del Cuarteto op.34 en re menor de Antonin Dvorak, patriarca de la música checa. Cada uno de los 4 movimientos está escrito para el lucimiento de virtuosos del arco donde el autor hace literalmente bailar un discurso que no cesa en los diferentes compases (3/4, 2/4, 3/8 y 6/8) por donde conduce la partitura y en especial el «alla polka» que los Harold desgranaron de manera contagiosa.

Los músicos checos fueron ovacionados, despidiéndose con un delicado movimiento del ciclo Cipreses „tambien de Dvorak„ cuyo eco aún permanece ingrávido en la Sala Iturbi del Palau de la Música.

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