En 1979, cuando Rafa Botella tenía 11 años, llegó a sus manos una guitarra de cedro rojo de Canadá. Su padre tuvo que hacer un esfuerzo económico para comprársela al mismo artesano que confeccionaba guitarras para Paco de Lucía. Lo hizo porque su hijo llevaba desde los cinco años con otra vieja guitarra a cuestas y consiguió ser el tercero de una rondalla «de cierto prestigio» dirigida por Miguel Ángel Chapí, nieto del ilustre compositor Ruperto Chapí. Hoy, 37 años después, se puede decir que esa guitarra con la que ha grabado un disco ya está amortizada.

Rafa Botella (Valencia, 1968), escritor y músico a partes iguales, acaba de editar un disco-libro de nombre El perseguidor de melodías, que se presenta mañana en un matinal literario con música en directo en La Chaise, en Valencia. La primera parte del libro-disco «para leer» cuenta la historia de su vida acompañada por un testigo fiel de su biografía: su guitarra. En «para escuchar», la segunda parte, suena la música que han creado juntos.

«Es una mezcla entre música y literatura, pero no es un disco con una explicación literaria ni es un relato al que se le pone música. Son dos conceptos que funcionan independientemente aunque juntos encajan mucho mejor», explica Botella de este trabajo autoeditado y tutelado por la editorial Campgràfic del que ya se han vendido la mitad de los ejemplares.

Sobre el estilo, cuenta que lo suyo no es «ni clásico, ni flamenco, ni contemporáneo. «Es otra cosa y estoy esperando el día en que alguien venga y lo defina», asegura. El disco consta de catorce piezas, «quince porque una se coló en el último momento», compuestas por él mismo, que narran «la historia de un ser humano que crece, de la ciudad donde crece y de las vueltas que da la vida».

Para llevarlo a cabo, Rafa Botella colgó el delantal después de 12 años como hostelero y vendió su restaurante de Russafa para ponerse manos a la obra con la edición de este proyecto. «Un día me vino una melodía a la cabeza y cogí de nuevo la guitarra. Me llevé la sorpresa de que me fluían las ideas y empecé a componer con cierta facilidad», describe.

Sin más, dio un giro a su vida. Sabía lo que se sentía porque ya lo había saboreado. Antes del restaurante, ya cambió los ordenadores y las cámaras de televisión por los fogones: se dedicó durante 15 años al periodismo en medios de comunicación como Levante-EMV, Diario 16 o RTVV. Es periodista, pero la información no era para él y en la hostelería descubrió que «se aprende muchísimo hablando con Amin Maalouf, pero también con Sergio el carnicero». En el terreno de la escritura incluso llegó a ganar algún premio literario en los años 90, fue finalista en otro y acumula relatos y novelas inacabadas.

«Sabía que era un escritor que no escribía y resulta que también era un músico que no tocaba», asegura. Lo dice porque, a pesar de que su compañera canadiense de madera de cedro le haya seguido toda su vida, en todos sus pisos y en todas sus etapas, durante 25 años de su recorrido la dejó abandonada, «tapada con una funda acumulando polvo», esperando a que un día su dueño se aventurara a perseguir melodías.

Por eso este libro-disco trata de reencuentros: el del músico con su instrumento, pero también el de la guitarra con su artesano. Aunque esa es otra historia que Botella prefiere que se lea en el libro. La historia del instrumento que volvió más de tres décadas después a las mismas manos que la crearon, las del artesano Ricardo Sanchis Carpio y sus hijos, para poner «a punto» la guitarra del músico que no tocaba.