Empecemos por la gran Alegoría de la República encargada por el Ayuntamiento de Sueca. Es uno de los iconos de la exposición con la que, desde ayer, el MuVIM quiere acreditar que ha «regresado» como museo de las ideas. Y es una síntesis de su filosofía, porque la encargó un consistorio republicano y la salvó, al guardarla en su casa, el teniente de alcalde franquista del municipio, padre de Joan Fuster para más señas, hasta que en 2007 fue encontrada y se restaurada.

«No somos imparciales, sí hemos intentado ser justos». La frase del director del MuVIM, Rafael Company, y comisario de la muestra junto con el jefe de exposiciones del museo, Amador Griñó, resume la esencia de un proyecto tan delicado como abordar el arte valenciano figurativo de 1928 a 1942: de la crisis del sorollismo y la irrupción de Josep Renau y Artur Ballester a la consolidación del franquismo (o del primer Primo de Rivera al segundo).

La sentencia del historiador Company extracta el afán de huir de sectarismos en la selección de piezas sin caer en un injusto equilibrio por una equidistancia mal entendida. El altar dedicado al retrato del rector Peset es la mejor prueba de esa voluntad.

Al fin y al cabo, la propia muestra viene a ser un acto de justicia contra un agravio artístico. Lo explicó el director: cuando en 2014 el anterior equipo de gobierno (PP) en la Diputación de Valenciana desempolvó el patrimonio de la corporación en dos muestras, en la dedicada al legado artístico los comisarios no incorporaron «ninguna de las obras ejecutadas por creadores pensionados por la diputación durante la II República».

«De aquella sorpresa surge la decisión de exponer esas piezas en la primera ocasión». Y ese día llegó. La modernidad republicana en Valencia es la primera muestra de la «nueva etapa», cinco meses después del nombramiento de Company.

¿Fue un acto de censura (palabra clave en la historia del MuVIM)? «No lo puedo atestiguar», contestó. «Puede ser cuestión de gusto», deslizó. Sí remarcó Company que ninguno de los técnicos del MuVIM „como lo era él entonces„ abrió la boca durante la muestra, pero «soñamos con hacer en el museo que ese periodo histórico fuera tratado como merece». «No es un acto contra la censura, sino de pedagogía», sentenció.

La muestra no es solo, así, un destape de las pinturas y esculturas de la diputación olvidadas en 2014, sino que incorpora numerosas piezas de colecciones particulares y de otros museos y archivos. Hasta un total de 280.

El recorrido es cronológico, pero la médula es constante: la evidencia de que modernidad y clasicismo no son exclusivos de derechas e izquierdas. «Hubo una derecha moderna „Company subrayó el pasado„ y una izquierda con una estética tradicional».

En la primera sala „la muestra, que estará hasta el 22 de mayo, llena todo el museo, con su vestíbulo rebautizado de «Plaza de la República»„, la de los años 30, sobresale esa coexistencia de estilos en pinturas, carteles y esculturas: de las delicadas estatuas art deco de Ricard Boix, el constructivismo de Renau, el expresionismo inaugural de Amadeo Roca o el primer cartel de toros con bandera republicana al retrato de Alfonso XIII y el icono femenino de la República de Teodor Andreu, de aire sorollista.

El tránsito de esta sala a la de la Guerra Civil „«de la esperanza a la tragedia»„ lo marca la Piedad de Alfred Claros, pintura con un miliciano muerto en brazos de su madre que el artista ocultó en el desván de su casa, en Sueca.

El tratamiento de la mujer, las campañas para evitar el arranque de naranjos durante la guerra o las enfermedades venereas son elementos destacados en una obra gráfica en la que sobresalen autores como Ballester y Monleón.

«Sin la guerra hubiera sido uno de los mejores diseñadores de Europa», dijo del primero Company.

«5 planes bomb Valencia. 200 reported killed». La portada del New York Times del 29 de mayo de 1937 sobre el bombardeo italiano a la ciudad abre el paso a las salas de la derrota y el franquismo.

Igual que hay un «tríptico rojo», hay otro «azul», donde destaca un cartel de Teodoro Delgado, incluido entre los cien mejores del siglo.

El espacio constata que la pérdida de la modernidad no fue solo de la izquierda, al imponerse una estética franquista tradicionalista. El último cartel «moderno» de las Fallas da cuenta del cambio, que llevó a Boix a ganarse la vida con lápidas funerarias.

El retrato aristocrático de Franco, de José Segrelles „el pintor de la fantasía„ cierra la muestra. Como epílogo, parte de la crónica de Jaime Millás del entierro de Artur Ballester en 1981, casi al lado del nicho de Blasco Ibáñez. En soledad. Si la exposición rompe en algo ese olvido ya habrá sido útil.