Rilke recibe al visitante: «Lo bello no es sino el comienzo de lo terrible». Bajo la advertencia, Sorolla, Pinazo y Degraín abren la Galería 1 al Mediterráneo, una de las obsesiones de José Miguel Cortés. El director del IVAM exponía profusamente la nueva línea del centro, que sirve de alguna manera para marcar un contexto: el museo mirará (sin renunciar a otros frentes) a los países conectados por el mar. A comienzos de esta semana se realizaba esa primera exploración al entorno y en primer plano aparecían los tres citados autores valencianos del XIX, en una estancia que recuerda al San Pío V. Es un espejismo. La exposición Entre el mito y el espanto -abierta hasta julio- apenas repara en la visión idílica del Mediterráneo, como mar de intercambio, de sensualidad en sus ritmos vitales y de puerta a «ese mundo mágico y salvaje» que suponía para los artistas la África septentrional. Casi apiñados en esa sala de paredes carmesí, Benlliure, Nicolás Muller, Herbert List, Wilhelm von Gloeden o un pequeño guiño de Picasso en forma de dibujo, trazan el relato de la arcadia mediterránea junto a Pinazo, Sorolla y Degraín.

Esta es solo una pequeña parte del centenar de obras de una treintena de artistas que configuran la exposición, cedidas algunas por Orsay o por el propio Museo de Bellas Artes. Porque tras lo bello queda lo terrible, avisados estaban. Cortés, quien ha comisariado la exposición, ha puesto el acento en la visión del mar como continente salado de «desarraigo».

Artistas contemporáneos de Palestina, Líbano, Marruecos o Albania „además de españoles„ actualizan el mito, o mejor, lo derrumban. La visión que presenta la muestra en la segunda parte del recorrido hiere aunque la intención de Cortés, decía él mismo, fue la de «huir de las imágenes truculentas que actúan como un puñetazo». No hay casquillos de bala ni sangre ni cuerpos mutilados en esta exposición, en la que el director del centro quería llegar a la reflexión a través de imágenes menos impactantes pero más «poéticas». Así se ve la serie de los cuerpos envueltos en el asfalto de Mathieu Pernot, en el que el observador es incapaz de distinguir sin son cadáveres o simplemente hombres a la intemperie.

Fotografía y vídeo fijan el retrato más violento del mar. El corto Centro di permanenza temporanea, de Adrian Paci , muestra a unos viajantes enfilados en la escalera de un avión, hasta que descubrimos que, cuando llegan a lo alto, no hay medio de transporte hacia ninguna parte. La melancolía del immigrante hacia la tierra que nunca se volverá se plasma es las imágenes de Zineb Sedira, en la que individuos contemplan las llanuras de agua y espuma, de igual manera aunque con un significado opuesto, miraban hacia el mar los protagonistas del cuadro de Pinazo. Entre imágenes de territorio devastado, inmigrantes de tercera generación y constelaciones trazadas con el viaje de los exiliados, se llega a una última sala con tres vídeos simultáneos, que hurgan en la vida de los parias del siglo XXI. La exposición se recogerá en una publicación diseñada por el valenciano Dídac Ballester y se complementará con una serie de debates o ciclos de películas en colaboración con otras instituciones, como la Filmoteca. «Este es un punto de partida, no de llegada», decía Cortés, señalando el camino del museo.