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Crítica

Músicos en plena forma

Obras de Bartók y Strauss

Palau de la Música (valencia)

Carlos Apellániz (piano) y Orquestra de València. Director: Yaron Traub.

Formado en la Bayona francesa, París y Madrid, Carlos Apellániz (Irún, 1971) lleva por lo menos tres lustros desarrollando en Valencia su actividad profesional como intérprete y docente. En la primera faceta, además de actuar en solitario y como solista, ha acompañado a innumerables instrumentistas y cantantes, y formado parte de grupos de cámara, así como del Grup Instrumental que en 2005 recibió el Premio Nacional de Música al mismo tiempo que comenzaba a ser abandonado por las instituciones que en teoría debían velar por nuestra salud musical pública y en la práctica la sacrificaron inmisericordes en el altar de la pompa, el despilfarro y seguramente cosas mucho peores. En la segunda, para desesperación del alumnado su plaza en el Conservatorio Superior se ve actualmente amenazada por la cuchilla de una rigidez burocrática ojalá que finalmente corregida.

Músico de raza, para su debut (¡por fin!) con la Orquestra de València, Apellániz escogió el Primero de Bartók, noventa años después de su estreno obra todavía de piel muy dura para la mayoría de oyentes y que siempre requerirá de ejecutantes en plena forma. Así es como se mostraron los de esta ocasión, que, lejos de meramente limitarse a satisfacer las demandas de justeza rítmica, supieron también transmitir la intensa poesía que tras esa áspera superficie completa la esencia del mensaje bartokiano. Lo mismo pero a la inversa podría decirse aproximadamente de la página de Rachmaninov ofrecida como propina por el solista.

Brillante a la par que sólida resultó asimismo la versión de Una vida de héroe. Página de su predilección, lo mismo que hace ocho años Yaron Traub la narró con orden y precisión, pero también con aquella peculiar combinación de versatilidad y coherencia merced a la cual por ejemplo se produjo el tránsito fluido del parloteo de Pauline (la esposa del compositor) reflejado con todos sus matices (desde el comadreo exasperantemente trivial hasta la tórrida sensualidad erótica) por el violín del concertino Enrique Palomares al fragor de la titánica batalla.

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