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Ópera crítica

Sueño mágico

La partitura orquestal del Sueño de una noche de verano de Britten resulta cautivadora por la fidelidad con que plasma el ambiente de noche estival creado por la inconfundible imaginación del Shakespeare jovial en un bosque plagado de hadas y elfos a las afueras de Atenas. En la segunda función de esta producción de Les Arts, Roberto Abbado logró y mantuvo ese mágico sonido orquestal atendiendo al equilibrio de todos los matices, sin que ninguno se omitiera ni prevaleciera sobre los demás: los grávidos glissandi de las cuerdas se dibujaron con elegancia, los instrumentos de viento bailaron con libertad y la percusión subrayó sin exageración la influencia del gamelán sobre el compositor hacia 1960.

La buena aportación desde el foso suplió la vegetación ausente sobre un escenario de principio a fin ocupado por un remedo de las ruinas del santuario de Delfos. Pero en realidad fue esto lo único que se pudo echar de menos en un montaje en el que los movimientos (ni uno de más, ni uno de menos) resultaron tan modélicos como los figurines (ni uno convencional, ni uno injustificado), la iluminación y las coreografías.

En el que fue el primer papel operístico escrito para contratenor en el siglo XX, Christopher Lowrey marcó la tónica de idoneidad vocal por que se distinguieron también todos sus compañeros. Las parejas de enamorados atenienses brillaron individual y colectivamente.

Para encarnar a Bottom, Conal Coad sumó a la alta calidad como cantante una presencia física y una vis comica entre Sig Ruman (el coronel Ehrhardt en la película Ser o no ser de Lubitsch) y Dario Fo particularmente adecuadas. Nadine Sierra combinó agilidad y prestancia.

En su breve intervención final, los duques no desentonaron en absoluto.

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