La muerte de Alfredo Brotons me dejó lívido. Hace poco más un mes estuvimos juntos en una representación del Palau de les Arts, en la que, como siempre, desde hacía bastantes más de 30 años, tuve ocasión de disfrutar de su amistad, de su carácter abierto, simpático y comunicativo y, sobre todo, de su enciclopédico saber musical. No sabía que estuviera enfermo y, es más, su estado físico, para nada hacia presagiar ningún tipo de dolencia y mucho menos un final tan apremiado, por más que siempre en lo personal fue un hombre muy reservado, cosa que contradecía su talante cordial, franco y dialogante en cualquier aspecto de su afición musical o artística y, por supuesto, en cualquier tema en el que viniera bien conversar.

Tuvimos una relación muy fructífera en el tiempo en que fui colaborador de Castellón Diario, Levante-EMV y, posteriormente, cuando pasé a escribir en Mediterráneo como también la tuvimos con el, asimismo, malogrado crítico musical Gonzalo Badenes (también ex colaborador de este rotativo) a quien ambos considerábamos un maestro. Era muy ilustrador, a la par que estimulante dialogar con él en los intermedios o en los finales de las óperas y los conciertos, porque siempre tenía la apostilla oportuna y el criterio preciso, siempre con un muy inteligente punto de humorística ironía, para enjuiciar las actuaciones. Alfredo seguía las obras partitura en mano, lo cual demostraba el gran nivel de su formación musical y era muy detallista a la hora de apreciar, cualquier irregularidad en la labor directorial o de interpretación de los músicos o cantantes. La precisión con que percibió el retaso de un compás al dar Placido domingo una entrada a los cellos en la obertura de Rienzi, que los excelentes instrumentistas de la orquesta del Palau de les Arts no ejecutaron, demuestra a titulo de anécdota, la pulcritud precisa de su análisis musical. Ese era Alfredo, amigo, compañero y, por qué no decirlo: maestro. Siento en lo más hondo su muerte, tan súbita como impredecible. Descanse en paz.