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Entrevista

Enrique Ponce: "El mejor torero no es el que más gana; el arte es subjetivo, y el toreo, es un arte"

«En el momento en que no estés al cien por cien, se paga caro», afirma el torero valenciano

Enrique Ponce: "El mejor torero no es el que más gana; el arte es subjetivo, y el toreo, es un arte"

¿Considera usted que, tal como se le reconoce entre la afición entendida, tiene una cabeza privilegiada para desarrollar la lidia?

No sabría decirle. Mi conocimiento en la plaza se basa en la capacidad de entender cada toro, algo que yo diría que es un talento que te da Dios y quizás, sí estaría tocado por ese talento para poder entender o acoplarme a los distintos toros que me tocan en suerte cada tarde que toreo.

A estas alturas de su carrera, ¿le queda alguna meta, algún sueño por alcanzar?

Siempre tiene uno metas o sueños que proponerse. En lo que a mí respecta, referente a números o estadísticas, no puedo pedir más. He conseguido muchísimos retos. Sí conservo el sueño diario de mejorar e indagar en mi interior para poder sacar lo mejor de mi toreo y ganar en poso, en sabor, en belleza. Esa es mi meta. La de mejorar día a día.

¿Todo en el éxito es bonito?

En el éxito sí, o así debe serlo. El éxito es agradable. Sí es bonito. Lo que uno tiene que tener son los pies en la tierra para saber encajarlo. Eso es lo más importante, saber encajar bien tanto los triunfos como los fracasos. Eso para un artista es primordial para poder avanzar profesionalmente.

En el toreo, ¿el mejor es el que más dinero gana?

No. El mundo del toreo es muy complejo en ese sentido. No siempre el que más dinero gana, gana más dinero que otros en todas las plazas. Me explico. El torero que más dinero gana es el que más interesa en un momento determinado en una plaza concreta. El mejor torero es el que a cada aficionado le gusta que sea. Es decir; el arte es subjetivo y el toreo es un arte. A usted le puede gustar Picasso y a mí Velázquez. Tampoco es mejor torero el que más orejas corta.

¿Qué opinión le merecen aquellos toreros que presentan al inicio de la temporada su «tour» con 30 o 40 corridas firmadas desde marzo a octubre?

Cada uno es libre de hacer lo que cree que pueda hacer o lo que le dejen hacer. No es un modelo a seguir. Ha sido una acción por parte de algún compañero, por rebuscar algo distinto en un afán, quizás, de modernizar el toreo. Yo, por ejemplo, nunca lo he hecho. Al inicio del año desconozco las corridas que voy a torear. Me gusta ir firmándolas según avanza la temporada, eso es lo normal en el toreo. Sin ir más lejos acabo de firmar mi presencia en Salamanca y Logroño que en un principio no pensaba estar.

Después de tantos años, ¿se siente aún examinado?

Sí, siempre. Cuando estás expuesto a un público, siempre eres observado. Te juzgan. Si cabe, ahora más. Llego a las plazas con una aureola donde la afición me espera con la expectación e ilusión de un público que va a verme y quiere que esté bien. Eso para mí es una responsabilidad muy grande.

Llega arreando un abanico importante de jóvenes espadas que desencadena una competencia entre ellos, ¿podría decirse que le descargan de responsabilidad?

No cabe duda que yo ya no estoy en esa guerra. Después de todos estos años que me avalan considero que tengo un crédito. Pero ojo, aquí en el momento en el que no estés al cien por cien, se paga caro. En el toreo se olvida rápido. De ahí que yo mantenga mi rivalidad con todos aquellos con quienes comparto cartel tarde tras tarde.

Le voy a poner en un brete. ¿Madrid, Sevilla o Valencia?

Son tres plazas distintas que tienen diferente personalidad y su propia identidad cada una de ellas. Plazas importantes. Sobre todo, al menos para mí, Valencia ha marcado mi carrera profesional. Es el coso donde más veces he toreado. Más de cien paseíllos y 38 salidas a hombros. Es muy especial. Es mi tierra. Madrid y Sevilla son necesarias, no sólo para los toreros sino también para el toreo. Madrid, con toda su dificultad, con su problemática en cuanto a la exigencia, con toda su dureza, es impresionante. Allí muere uno cuando ve la entrega de ese público. Madrid es grandioso. Y Sevilla tiene una solera especial junto a México y Lima.

¿Hace algo especial el día de corrida?

No me fijo una hora para despertarme. Me gusta estar tranquilo hasta la hora del almuerzo. En alguna ocasión, si llego con tiempo, me gusta dar un paseo antes de la comida. Suelo almorzar un plato de pasta, temprano, y monto una capilla con todas las estampas que a lo largo de estos años tantísimos aficionados, amigos y familiares me han ido regalando. Imagínese, tardo como una hora en montar dicha capilla. Tras ello me gusta meditar sobre el festejo y los toros que me esperan. En la habitación pego muletazos al aire previo a enfundarme el vestido de torear y rezo antes de salir del hotel camino a la plaza.

El día que decida que llegó la hora de la retirada, ¿se marchará en silencio o a modo de gira en forma de despedida?

La verdad es que no lo sé. Aunque creo que dada mi circunstancia y mi trayectoria, lo bonito sería decirlo. Pero no sé lo que haría. Posiblemente un día se me crucen los cables y diga: «ya no toreo más». Pero insisto, a día de hoy, no lo sé. No me lo he planteado.

La humildad, ¿puede ser compañera de un figurón del toreo?

Debería. Ahí radica también el secreto del éxito. La humildad es una de las grandes virtudes que puede y debe tener el ser humano.

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