Cómo hubiera pintado Joaquín Michavila (1926-2016) la tarde de su despedida. La multitud serpenteante engullida por la parroquia, el sofoco mudo de una tarde de agosto en Albalat dels Tarongers y la geometría inquieta, danzarina, de los abanicos durante el sepelio. El autor de El Llac, maestro valenciano de los abstracto y demiurgo de una Albufera quizás pdida, recibía un último adiós en el municipio de Camp de Morvedre donde residía hasta su fallecimiento, el pasado domingo.

«Yo lo tuve en magisterio y tenía aspecto sobrio, como de ´a ver qué clase nos da ahora´, pero luego era un trozo de pan», comentaba un exalumno suyo, ahora al mando de una de las instituciones culturales de la Comunitat Valenciana, entre el murmullo creciente previo a la ceremonia, en la iglesia del pueblo.

Aquí y allá se repartían en grupúsculos representantes institucionales, catedráticos de Bellas Artes, exalumnos, artistas, amigos y vecinos. Al frente de la comitiva Carmen Michavila, su hija, pintora también, que hace solo unos meses presentaba la última retrospectiva dedicada a su padre en La Nau. Recordaba entonces la hija que Michavila buscó el sol de sus cuadros hasta que la enfermedad le obligó a frenar, en grandes paseos con los que se rebelaba contra la polio y el tiempo.

«Nos descubrió la modernidad», decía Javier Calvo, susurrando en medio de una fila sinuosa camino del cementerio. «Por allí va Aurora; mira, la he visto muy emocionada», señalaba el artista, apuntando con el dedo un poco más adelante, donde caminaba Aurora Valero, otra discípula de Michavila. «Es que nosotros ya hacíamos cosas en otros sitios pero él nos descubrió realmente; y en sus clases nos enviaba ejercicios de dibujar figuras geométricas», rememoraba el artista que, como Valero o Teixidor o Yturralde o tantos otros, bebió del imaginario de este profesor de dibujo de la Escuela Superior de San Carlos. Todas las instituciones valencianas , especialmente donde dejó su pincelada Michavila, estuvieron representadas en la ceremonia, aboliendo en su nombre la distancia que marca el verano.

Acudió el president de la Generalitat, Ximo Puig, junto al conseller de Cultura, Vicent Marzà, la directora general de Patrimonio, Carmen Amoraga, y el director del Institut Valencià de Cultura, Abel Guarinos. También el expresident Joan Lerma y numerosos alcaldes de municipios, empezando por la primera edil de Albalat dels Tarongers, Maite Pérez. Como ella, alcaldes como Rafa Mateu, de Estivella, o Toni Gaspar, de Faura, se desplazaron hasta la parroquia del municipio. De la Real Academia estaba su vicepresidente, Álvaro Gómez-Ferrer, y del Consell Valencià de Cultura se desplazó hasta el sepelio Ricard Bellveser.

Pero para este penúltimo tributo „no se agotarán aquí los homenajes a una de las figuras claves del arte valenciano del pasado siglo„ sobre todo había artistas. Como Horacio Silva, Vicente Peris, Javier Chapa, los citados Javier Calvo y Aurora Valero, Carolina Ferrer, Bartolomé Ferrando, Manolo Bellver, Paco Sebastián, Jaime Giménez de Haro y tantos otros, entre ellos la escritora María José Muñoz-Peirats. Arquitectos, catedráticos de Bellas Artes y coleccionistas también desfilaron la distancia entre la ceremonia religiosa „la familia hará otra en noviembre, en Ares del Patriarca, dado que las fechas han impedido a amigos y admiradores estar en este adiós„ y el camposanto de Albalat dels Tarongers.

El sol, tan presente en la obra ecologista de Michavila, bañó de calidez la tarde en la que el arte valenciano perdió a uno de sus patriarcas contemporáneos. Un artista que fue también maestro de vocación. De sus clases, de su imaginario transmitido, nació la carrera de muchos otros artistas que ayer quisieron mostrarle su gratitud.