­Antes de la entrevista, Miquel Gilabert (Pedreguer, 1987) serpentea por el Mercado Central y carga tomate, garrofó y bajoqueta. Dice que cuando puede se acerca hasta el céntrico zoco, «menos los sábados, que está imposible». El fin de semana se irá «al poble, al bar dels pares», el Sabors, donde su madre, cocinera desde que tiene memoria, empieza a entender ahora por qué su hijo le hace una foto a las comidas antes de darle el primer bocado. «Antes me decía: ´¡Deja las fotos, que se va a enfriar!´». La lógica de dos generaciones a menudo antagónicas. Hoy impera la imagen.

Gilabert es instagramer, Suculent Gilabert para sus seguidores. Tiene unos once mil esperando sus fotos de platos, lo que le sitúa a años luz de las estrellas estatales como Delicious Martha, que cuenta con 130.000, pero en el podio de los gurús valencianos. Su emergente popularidad le ha valido ya una invitación por la Inacap de Chile, a donde partirá la semana que viene para dar dos conferencias de redes sociales y gastronomía y, además, una muestra de cocina en vivo en la que se ha decantado por los arroces: hará una paella y un arroz al horno para estudiantes, en el marco del certamen Chef del Sur.

Antes de ser instagramer estudió un ciclo de cocina, se fue a la universidad y regresó al oficio familiar, formándose en el Basque Culinary Center. «En las horas muertas en el bar hacía fotos y las publicaba en Facebook. La primera es de 2012: una Coca María de calabaza con chocolate de mi madre», cuenta Gilabert. Cuando apareció Instagram, le dio por explorar el nuevo territorio sin demasiada ambición. «Pero un día leí en una revista que había gente que en conseguía muchos seguidores con fotos de comida, que les ofrecían colaboraciones las marcas, y pensé en ponerme en serio», relata. Eso fue en noviembre del año pasado, cuando tenía unos siete mil seguidores.

No le ha costado mucho idear el despegue. En menos de un año se ha convertido en referencia en la materia, teniendo en cuenta que su especialidad son los alimentos valencianos, esencialmente arroces. La rutina es esta: «Publico una o dos fotos al día y tengo un libro de estilo: una columna de fotos con fondo azul para desayunos, otra con fondos de madera para comidas y una tercera para imágenes que tocan la comida de manera tangencial».

Los platos de las imágenes son elaborados por él mismo, decisión tomada tras meses en los que era invitado a comer por locales en los que se sentía «obligado» a devolver el favor con una publicación pese a que el menú no le entusiasmara.

Aunque tiene sus normas, no rechazaría una oferta de alguna compañía para promocionar sus productos en las recetas, aunque asegura que no aceptaría propuestas de aquellas que no considera saludables. «Esta mañana he subido una foto a las 7:30 porque Instagram ha cambiado el algoritmo», cuenta. El camino para ser una estrella en la red tiene sus pequeñas mezquindades.