La tauromaquia valenciana de los dos últimos siglos se concitó en el coso de la calle Xàtiva. El pasado remoto, el pasado cercano, el presente continuo y el futuro ilusionante ayudaron a una buena causa. Adrián, el niño de ocho años que se aferra al ejemplo de los toreros para redoblar su lucha contra el cáncer. Una batalla que contó ayer con el inestimable apoyo de todo el planeta taurino, que no ha querido dejarle solo en tan crucial trance del destino.

Abrió plaza El Soro, santo y seña del toreo valenciano de la centuria pasada y que, pese a sus evidentes dificultades físicas, intentó agradar a los parroquianos con su toreo vitalista, ante un bonancible ejemplar de Luis Algarra. Cortó dos oreja tras estocada tendida y algo caída. Enrique Ponce también recibió idéntico premio. Su labor ante el desrazado y flojo novillo de Daniel Ruíz fue una clase maestra de elección de terrenos, toques y alturas al alcance de muy pocos. Esa tauromaquia exacta, casi científica, del chivano. Dos orejas tras aviso. Barrera recordó por momentos a aquel torero con sello y personalidad propia ante un buen novillo de Las Ramblas, al que también desorejó por partida doble, tras el oportuno recado presidencial. Rafaelillo pechó con un utrero incierto y desagradecido de Fuenteymbro que, pese a que lo intentó todo para triunfar con rotundidad, no se entregó en ningun momento. El presidente premió con excesiva generosidad la labor del murciano, a cuyas manos fueron a parar sendos trofeos.

Volvía Román a Valencia tras su triunfal paso por el coso de la calle Xàtiva la pasada Feria de Julio. El diestro de Benimaclet sorprendió al público en el segundo tercio, aunque demostró su evidente evolución técnica con la muleta en las manos ante un novillo de El Freixo que fue noble y repetidor, pero al que le faltó transmisión. Una oreja con petición de la segunda tras aviso.

El momento álgido de la tarde lo protagonizaron Ginés Marín y «Violín», herrado con el número 18, de la ganadería de Domingo Hernández, que fue premiado con la vuelta al ruedo por su magnífica condición. El matador de toros jerezano compuso una sinfonía torera, con pasajes de una contundencia y solidez a la altura de la condición de su oponente. Finalmente, el novillero Fernando Beltrán anduvo tesonero ante otro utrero de Fuenteymbro que mereció mejor trato. Una oreja.