Como caravaggista, sorprende que José de Ribera fuese un dibujante «empedernido», volcado en el clasicismo académico. Hasta el momento se han recuperado unos 160 dibujos, con los que se ha pergeñado un catálogo y la exposición Ribera. Maestro del dibujo en el Museo del Prado. Ambos tienen en común a Gabriele Finaldi, exdirector adjunto de Conservación del Prado y actual director de la National Gallery de Londres, que ve así un sueño cumplido desde que comenzó a estudiar esta faceta del «Españoleto» (Xàtiva, 159-Nápoles, 1652) para su tesis doctoral hace 25 años.

«Abordó un abanico de temas muy amplio, más que cualquier otro pintor del siglo XVII», destacó ayer Finaldi en la presentación de la muestra, que reúne 71 obras entre dibujos, pinturas y estampas de varios museos, colecciones privadas y del propio Prado. «Es una exposición sorprendente. Antes de Goya, Ribera es el gran dibujante español», añadió Miguel Zugaza, director de la pinacoteca que la acogerá hasta el 19 de febrero para viajar después al Meadows Museum de Dallas (EE UU), que ha coeditado el catálogo junto con la Fundación Focus de Sevilla.

Santos y mártires, dioses y héroes o escenas de tortura son algunos de los motivos que llevó al papel en pluma, tinta, sanguina o lápiz negro, no siempre como bocetos para posteriores cuadros, sino con carácter independiente. A través de un recorrido cronológico, la muestra exhibe la producción del artista barroco desde su juventud hasta sus últimos años, cuando su trazo ya era tembloroso. En esa trayectoria hay etapas como la de su madurez profesional, que alcanza en la década de 1620, cuando queda patente su excepcional habilidad en dibujos a pluma de trazos largos y precisos y a sanguina. Entre ellos Sansón y Dalila y David y Goliat, que, según Finaldi, pudieron ser hechos para presentar a Felipe IV pinturas que después colgarían en las paredes del Alcázar de Madrid y que desaparecieron en un incendio en 1734. Otro de los espacios muestra la predilección por el martirio y la penitencia, por la que fue estigmatizado con la imagen de artista cruel y sádico en los siglos XVIII y XIX.

Sus dibujos de San Sebastián y San Bartolomé, que le dieron la oportunidad de experimentar con el hombre desnudo atado a un árbol, demuestran su capacidad para reflejar el sufrimiento humano a través de la tensión de los músculos y las expresiones faciales.

Testigo de torturas

Aunque los contenidos mitológicos fueron escasos en su trabajo, aquí se exhiben el Aquiles entre las hijas de Licomedes, una de sus obras maestras, y Ninfa dormida con dos cupidos y un sátiro, su único desnudo femenino clásico. Trabajó también como testigo de los ajusticiamientos de la Inquisición en Nápoles. «Ninguno de estos dibujos fue hecho con la intención de incluir las figuras en sus pinturas ni para convertirlos en grabados. Parecen tomados desde una curiosidad objetiva, como si estuviese componiendo un auténtico reportaje visual», se explica desde el museo. Sí hizo dibujos preparatorios para cuadros en sus «años prodigiosos», los que van de 1634 a 1637. Varios de los que se exhiben están relacionados con los encargos del virrey Manuel de Fonseca y Zúñiga, como la Inmaculada Concepción o Apolo y Marsias.

Completan la exhibición un conjunto de cabezas, con tocados peculiares o casi deformes. Y algunos de sus últimos años, como el Martirio de San Bartolomé y la Adoración de los pastores, en los que el pulso le fallaba.