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Un cineasta visionario

Un cineasta visionario

Fue en 1916 cuando Vicente Blasco Ibáñez se lanzó sin paracaídas en el cine. Se lo anunciaba así a Jorge Vinaixa: «He buscado como colaborador a un colega, a Max André, pintor y autor dramático, que lleno de fe y entusiasmo en nuestro empeño, ha abandonado su empleo para seguirme en mi empresa. André está dotado de gran espíritu artístico y dará a los films expresión poética. En París existe gran expectación; esperan de nosotros cosas extraordinarias. Empezaré mi labor con Sangre y arena».

En El Imparcial se lo había ya avanzado a Mario Aguilar, el 15 de agosto de 1915. «Sangre y arena, mi novela, será la primera película pensada y ejecutada por mí. Está traducida a todos los idiomas, y el cine completa la traducción».

Este fervor, está pasión en la que va a poner su dinero y su prestigio, surgió, como en ambos casos aseguró tras una conversación con el poeta italiano D´Annuncio. «Fue un día hablando con D´Annuncio que se me ocurrió lanzarme al cine como un nuevo camino de arte».

Al nuevo medio de comunicación (y espectáculo) el escritor le ve posibilidades, porque al traducir su obra, ha perdido «el alma». Él piensa vigilar de cerca la versión y evitar, es explícito en esta entrevista, «la españolada». Tenía un fino olfato para oler el peligro y más tratándose de una obra centrada en los toros, con denuncia social. El cinematógrafo le puede añadir «acción» si bien puede perder «psicología». El cine mudo no estaba para mucha sutileza, creía el autor. Piensa que rodará en Madrid, en Granada, en Sevilla.

Y también estaba presente este enigmático Max André, que luego desapareció, como por arte de ensalmo, y a quien solamente el biógrafo del novelista, León Roca, citaba de paso. «¡Bravo mozo, a fe, este Max André, cuya cara se me antoja la de un Voltaire juvenil. Pintor, escritor, autor dramático, viajero, director de escena de compañías parisienses en la Casa Gaumont». Y con este hombre de mundo, recién condecorado por su intervención en la Gran Guerra, se lanzará a la aventura del cine. El francés le asegura «Blasco no quiere hacer una película naturalista», no quiere ser un mero notario. La entrevista se recogió en el catálogo de Blasco Ibáñez 1867/1928, para la exposición del MuVIM.

Sabemos que lo hizo. Y hay de sobra documentos, las cartas que le enviaba a la editorial y a Sempere, pidiéndole dinero, siempre más, sus cuitas con Gaumont, por las copias, con el distribuidor en España, Fuster y los problemas con André. Todo eso se publicó en Cartas de cine (Valencia, 1998).

El autor valenciano estaba lanzado y no se acobardaba aunque los problemas crecían en esta empresa (la productora la radicó en París). Y su reflexión le llevó pronto muy lejos. Tuvo plena conciencia tras acabar la guerra y visitar los Estados Unidos de América, y ver de cerca los estudios de Hollywood, así pudo calibrar lo atrasada que estaba la cinematografía en España y que incluso la europea no iba a poder resistir el empuje. En pleno rodaje de su primera realización ya era consciente de la falta de técnicos y le recomendaba a uno de sus hijos, Julio, interesarse por este oficio de cameraman. Dejó por escrito en algún cuento cómo era la industria, la fuerza y posibilidades que tenía, que él iba a comprobar in situ y beneficiarse mucho de ello. Pero le gustaba teorizar y soñar.

En fecha tan temprana ya quería lanzarse a llevar Don Quijote al cine, eso sí, situándolo en plena guerra europea, en dos tiempos o dos planos. Se lo adelantó a estos dos admiradores y pretendía hacerlo a lo grande. «Con un millón de pesetas» (de entonces). El guión lo redactó, y una copia se encuentra en la Casa-museo de la Malva-rosa. Hubo dos intentos de publicarlo por parte de la Institució Alfons el Magnànim, primero, y de la Fundación Municipal de Cine, después, y en imprenta se quedó.

Tras el estreno en París, por todo lo alto (sobrevive el ticket para la sesión) con una orquesta y temas españoles servidos por el compositor valenciano Henry Gomá, cuyas partituras siguen en paradero desconocido. Repartió el folleto de Arènes sanglantes, que durante mucho tiempo era lo único que demostraba su existencia, con reproducciones de fotos. Como perdida estuvo la cinta hasta que dimos con ella en Praga en 1997 y la restauramos para reestrenarla restaurada en enero de 1998 en la Filmoteca de la Generalitat Valenciana.

El osado director se lanzó a anunciar una versión a lo grande de Flor de mayo y puso manos a la obra para llevar al cine un cuento, La vielle du cinema, que se rodó en Francia en 1917, con Claude Merelle (lo supuse y luego una tesis doctoral en Tolouse lo ha certificado). Cara a 2014 y los ciclos de cine que se preparaban para la efeméride sigue sin aparecer, y aunque Sigfrido Blasco-Ibáñez, depositó una copia en tiempo de Henry Langlois, no se sabe nada de su paradero, aunque ha sido reclamada en dos ocasiones (por Joan Alvarez y luego por mí mismo) a la Cinematheque Française.

Como sigue sin encontrarse Debout les morts, que Gascó Contel indicaba que preparaba ya en 1915, pero que parece lógico que sea de 1917, y que firmó André Heuzé, aunque el guión pudo ser de Diamant Berger, con el que trató Blasco Ibáñez. Esta película francesa es la primera adaptación de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, y desde luego debió de ser ambiciosa, al contar con fondos del Estado Francés. Al vender los derechos al productor americano aseguró que no la había producido él y que se destruyeran todas las copias. Todo deja rastro documental. Y no perdemos la esperanza de que es halle en algún país una copia.

Para la mayoría todo eso es irrelevante, aunque implica a dos cinematografías, a tres filmes y dos grandes proyectos. Lo significativo es la primera adaptación que hizo Rex Ingram para Metro. Por el éxito imparable que obtuvo y por reorientar su carrera a partir de ese momento. Desde que en 1921 se proyecta le arrastra a la cima, siguiéndole otras adaptaciones, como la Sangre y arena, de Fred Niblo, para Famous Players Lasky (que originará Paramount). Ambas las protagonizo Valentino y salió de la nada para ser un mito. Lo que no consiguió en cambio Greta Grabo, con The Torrent, de 1926, a pesar de tener grandes interpretaciones anteriores en Suecia y en Alemania.

No todos los filmes tuvieron el mismo destino. Porque Argentine Love, de Allan Dwan, con Ricardo Cortez y Bebe Daniels, está olvidada y perdida desde 1924 y no parece haber dejado rastro. Sería una hazaña dar con ella y con la copia de La encantadora Circe, de Robert Z. Leonard, con Mae Murray, también con un guión original del escritor (la mayoría de las adaptaciones de sus novelas no se las encargaban nunca). Han pasado 20 años desde 1997. Y hay de sobra especialistas en EE.UU. y en España. ¿O no? Por suerte The Temptress (La tierra de todos) fue encontrada en una nevera de Warner, puesto que desde 1926 nadie la había vuelto a ver. Ya restaurada se proyectó en la Filmoteca, en el ciclo de enero de 1998, y comprobamos que Greta Grabo era insuperable, dirigida por Mauritz Stiller (aunque la cinta la firma y acaba Fred Niblo). E igualmente con Mare Nostrum de Rex Ingram, filmada en Niza en 1925/26 por suerte restaurada por Ted Turner, que nos la prestó inacabada la operación. A este rodaje asistió su autor que escribió sobre el tema. Y también al de Enemies of Women, de Alan Crosland, con Lionel Barrymore y Alma Rubens, rodaje que él visitó en Mónaco y sobre el que escribió muy admirado. Porque sigue en paradero desconocido hasta hoy y se cree que Alemania compró las cintas para destruirlas. Ni la Biblioteca del Congreso tenía fotos entonces y luego hemos visto algunas de una edición de Dulton.

Blasco Ibáñez trabajó a destajo vendiéndole guiones originales a Hearst-Cosmopolitan y a otras productoras, que se radicaban en Hollywood. Algunos no llegaron a plasmarse en cinta. Y sí, ganó mucho, cifras mareantes para la época. Contribuyó a reforzar esa gran cinematografía americana. Sus guiones se han publicado luego como novelas a veces. O quedan inéditos.

Pero lo mejor sería organizar la búsqueda a través de la Federación de Filmotecas, y por los archivos y almacenes, de Francia, sí, de EE.UU. y de otras partes, nunca se sabe por dónde podrían aparecer. Aunque se lamenta que el 80 por ciento del cine mudo ha sido destruido. Tal vez haya sorpresas y los ciclos puedan incluir en un futuro tres películas más americanas y dos francesas. No es poco.

Las adaptaciones posteriores para el sonoro son ya pertenecientes a otro marco, tras su fallecimiento en 1928.

De un modo u otro, Vicente Blasco Ibáñez dejó un gran legado en el cine, entre las adaptaciones de sus novelas, de sus cuentos, sus guiones originales, sus proyectos ambiciosos, sus textos teóricos, muy avanzados y penetrantes. Pocos han dejado detrás tanta documentación, por suerte para él.

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