Entre las múltiples facetas de Blasco Ibáñez, destaca su labor como editor en el periodo de emancipación de esta figura como adalid del campo cultural, precisamente en el llamado tiempo de los editores y de socialización de la lectura. Por entonces, entre los siglos XIX y XX, la actividad propia del editor, tal y como hoy la concebimos, se va separando de la del impresor y el librero. Al compás de la industrialización, la expansión del mercado editorial y la consolidación del editor, el escritor se profesionaliza, la propiedad intelectual se regula y se crean circuitos de comunicación literaria como editoriales, grupos de opinión y prensa periódica. Sobre todo en un contexto urbano, surgen espacios específicos de sociabilidad cultural y se da un contexto óptimo para la cultura escrita. Además, entre la eclosión realista decimonónica y la autonomía del arte del nuevo siglo, tal cambio coincide con una etapa crucial en la historia de la literatura europea. Es aquí, pues, donde emerge el editor moderno que, como Blasco, en virtud de una idea concreta define su proyecto y lo plasma en su catálogo. En el editor, por lo tanto, se gesta y se reconoce un proceso intelectual, técnico y económico de identificación de un sello editorial, de financiación y planificación, de selección y edición de textos, de distribución y oferta a la demanda social. En esa modernización del sector, Blasco Ibáñez ocupa una posición a la vanguardia.

Desde su juventud notables resultan las aventuras editoriales en su Valencia natal, como la fundación del periódico La Bandera Federal. Ya en 1893, su inmersión en el campo editorial la determina la creación, junto a Miguel Senent, de la Casa Editorial La Propaganda Democrática, en la cual ese año ven la luz textos ambiciosos como las Obras Completas de Voltaire, con prólogo de Victor Hugo, precedidas de la Vida de Voltaire, de Condorcet, o los dos volúmenes de la novela histórica de Blasco ¡Viva la República!.

Batallador infatigable, con el tiempo diversifica sus propuestas editoriales. Así, en 1894 su biografía marca un hito al publicar el primer número de El Pueblo, representativo diario republicano valenciano cuya orientación literaria tuvo un marcado acento francés. Poco después, su actividad se apuntala y crece con otro socio, Francisco Sempere Masià, con quien funda la Casa Editorial F. Sempere, cuya denominación en 1902 pasaría a ser Fco. Sempere y Cia., Editores. Su catálogo congrega desde novelas a ensayos de crítica social: Kropotkin, Mirabeau, Maupassant, Darwin, Bakunin, Nordau, el propio Blasco, Zola, Hugo, Gorki, Ibsen, Nietzsche, Proudhon, Tolstoi y otros muchos autores españoles y americanos.

En su conjunto, evidentes son las constantes de la cultura obrera en las obras literarias y de divulgación científica o filosófica propuestas por la editorial. En esta época, la pasión docente y emancipadora de Blasco tiene su máximo exponente de realidad, al dirigir estas publicaciones a la economía de jornaleros, obreros y pequeños comerciantes. No es de extrañar que, con el lema Arte y Libertad, Sempere destaque entre las casas editoriales exportadoras que lanzaban el mensaje de los precursores del seísmo social, con obras de los principales pensadores europeos de avanzada. Y es que Sempere proporcionaba al lector textos que le permitían adquirir los perfiles esenciales de una cultura ilustrada, laica y científica. Por ello, cabe resaltar su impacto en el mercado nacional y hasta en el hispanoamericano. Blasco, ya en aquellos años, manejaba el sistema de expectativas y predisposiciones del campo literario, fruto de su experiencia personal, que hoy ilumina el devenir de la edición en español, incluidos los litigios con cuantos editores franceses había que pelear en defensa del disputado mercado americano.

En 1905, como diputado en Madrid, Blasco participa en la revista La República de las Letras, que compartió con Rubén Darío, Benito Pérez Galdós, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez. La iniciativa no fue más allá de 1907, si bien representa un significativo eslabón de la cadena de fórmulas editoriales que Blasco ensayó en Madrid, en consonancia con su objetivo de establecerse allí, también empresarialmente. En efecto, en la capital vive como escritor de éxito el afianzamiento del mundo editorial, que protagoniza de igual modo como editor al posicionarse en el bullicioso mercado.

En primer lugar, desde 1905 lo consigue con La Novela Ilustrada, colección de novelas por entregas, modélica por su eficaz afán divulgativo. En segundo lugar, crea la Editorial Española-Americana en 1906 y la gestiona al alimón con su yerno, el periodista, historiador y escritor Fernando Llorca. Dicha editorial, a su vez, se reconvierte en Llorca y Cia. en 1913.

En estas empresas, en las que Blasco se presenta como director editorial, la línea inicial la determinan lecturas y estrategias de filiación republicana y liberal, propias de la formación de ciudadanos de aquel periodo. Una línea preponderante en los distintos catálogos editoriales que, años más tarde, terminarían por converger en el de Prometeo.

Por otra parte, durante su estancia en Argentina, entre 1909 y 1914, resalta su contacto con la familia Mitre, propietaria de La Nación. Este señero diario porteño contaba con colaboradores como Miguel de Unamuno, Emilia Pardo Bazán, Enrique Gómez Carrillo, Max Nordau o Rafael Altamira. Como práctica habitual en la prensa del momento, la difusión de la literatura era una seña de identidad. Y ahí destaca la aparición de textos que la Editorial Española-Americana editaba al otro lado del mar, como la Novísima Geografía Universal, de los hermanos Reclus. No es casual tal coincidencia porque Blasco, también colaborador del diario, logró su cometido y su nombre apareció con frecuencia en portada: como una suerte de marca comercial, su nombre vendía y él lo aprovechaba. De Argentina, además, proviene Argentina y sus grandezas (1910), un álbum conmemorativo ilustrado, realizado por encargo y editado en Valencia, idóneo para celebrar el primer Centenario de la nación.

En 1914, a su vuelta a Europa, Blasco se instala en París y prosigue bajo una firme actitud de intelectual comprometido. Al estallar la Gran Guerra, enarbola su bandera republicana, recupera el espacio público y dispone textos con un claro objetivo propagandístico. Muestra de ellos son la Historia de la guerra europea de 1914 o su exitosa novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916).

Al mismo tiempo, en Valencia se crea la Sociedad Editorial Prometeo en 1914, que integraron Blasco, Llorca y Francisco Sempere y sus hijos, Francisco y Agustín. Prometeo introdujo novedades, como las novedosas cubiertas en color de ilustradores como Mellado, Povo, Ochoa y Ballester. Desde el principio, Prometeo presentó un catálogo que, con ediciones como la primera de las Greguerías (1917) de Gómez de la Serna, destacó por el crecimiento, la diversificación y hasta la incorporación de iniciativas editoriales provenientes de los catálogos de Sempere o la Española-Americana. Por ello no es de extrañar que la primera colección de un temprano catálogo de Prometeo, de 1915, sea Obras de V. Blasco Ibáñez. Así también, entre otras tantas, destacó La Novela Literaria, colección que pretendía ofrecer a todos los novelistas contemporáneos sin reparar en escuelas y tendencias. Prometeo, aunque siguió gestionada por Llorca, se desintegraría como tal tras fallecer Sempere. Para Blasco, la casa editorial, como le gustaba referirse a ella, fue un elemento imprescindible de su práctica política y artística, pero también una importante fuente de recursos económicos.

Blasco era un maestro de las anticipaciones. Su figura como editor lo demuestra al enunciar el estadio nuclear del editor en la España finisecular. Ante todo, comienza a editar a favor de la educación social; después, al descubrir el mercado madrileño de novelas por entregas, acentúa el valor crematístico de su actividad y, progresivamente despegado de posiciones combativas, incrementa su éxito como escritor, más también como editor al transitar desde el «pueblo» al «público» como principal destinatario. El Blasco escritor, con acierto, supo componer obras que el Blasco editor necesitó para atender la demanda del público lector y conseguir que su actividad empresarial fuera rentable. En suma, hombre de letras y de acción, Blasco conocía las posibilidades que los lectores ofrecían y podían exigir. Por un lado, sabía cómo corresponderles mediante su poderosa escritura. Por otro, sabía cómo elaborar un atractivo catálogo y comunicarse con creadores, impresores, editores, libreros, ilustradores y corresponsales.

Pese a no pocas dificultades, y siempre con la ayuda de Sempere y Llorca, como editor salió adelante tratando de controlar desde la función impresora e ilustradora hasta la técnica y creativa. Poseía talento para una profesión que requiere un denodado esfuerzo y su trayectoria evidencia que estaba al tanto del mercado nacional y extranjero. Bien sabía que, situado entre el ocio y el negocio, para ser editor uno ha de familiarizarse con las inquietudes estéticas, sociales, artísticas y humanas del hombre de su tiempo, pero también con la tradición y las posibilidades de futuro del oficio. En este sentido, la figura de Blasco perfila una lúcida y excepcional concepción del escritor y el editor en la sociedad moderna, y hasta en la actualidad, al exhibir y fusionar la mecánica del oficio editorial y la del escritor superventas que llegó a ser.

Tantos años después, ahora, en este momento de reconocimiento de su figura, justo es recordarlo y reivindicarlo, no solo como escritor „que él anteponía a todo„, periodista, agitador republicano, diputado, empresario, viajero, guionista cinematográfico o hasta fundador de colonias en Argentina, sino también como editor, es decir, como un agente clave de la historia de la edición española.