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Los descendientes de un artista

'Pinazo 4.0': El destino de un legado

Los tataranietos del pintor valenciano afrontan con «respeto» e «ilusión» la responsabilidad de gestionar en el futuro 400 óleos, 3.000 dibujos y 100 cuadernos

'Pinazo 4.0': El destino de un legado

­Tienen entre 21 y 32 años, pero desde la cuna saben que el futuro de un legado de 3.000 dibujos, 100 cuadernos y 400 óleos pasará, tarde o temprano, por sus manos. Y también saben que no es tarea fácil. Ahora los ojos están más puestos que nunca en ellos. Son la cuarta generación de los Pinazo, los tataranietos del pintor valenciano Ignacio Pinazo Camarlench (1849- 1916). Ellos son Eugenio (1985), Teresa (1987), Ignacio (1989) y Rodrigo (1996) Casar Tena „hijos de José Ignacio Casar Pinazo, director del Museo de Bellas Artes de Valencia, y Asunción Tena, restauradora en la pinacoteca„ y Clara (1988) y su hermano Pablo (1990), hijos de José Eugenio Casar Pinazo y Gabriela Castro. Son a su vez bisnietos de uno de los dos hijos de Pinazo Camarlench, el escultor Ignacio Pinazo Martínez.

Una vez hechas las presentaciones, todos coinciden en asegurar que afrontar el legado de su familiar supone una «gran responsabilidad», que infunde «respeto». «Asusta un poco porque sabemos que no es tarea fácil», dice Ignacio, estudiante de Arquitectura técnica. Sobre todo, añade Clara, cuando «es un mundo en el que te mueves poco», como es su caso, ortodoncista residente en Madrid. Eugenio, conserje en la Universidad Católica de Valencia, asegura no obstante que lo afronta «con ilusión», la misma opinión que tiene su hermana Teresa, doctora en Biología y que actualmente vive en EE UU. Pablo, veterinario en Madrid, asegura que «tendré que ponerme las pilas», mientras que Rodrigo, estudiante de Ingeniería Aeronáutica señala que «no lo veo con miedo ni me parece descabellado».

Él y su hermano Ignacio son, quizás, los que más cerca están de la gestión del legado, ya que son los dos responsables de enseñar la casa museo del pintor en Godella. De ella afirman que «era un lugar donde íbamos los domingos por la mañana a comer churros con mi abuela», explica Rodrigo. «Después, al morir ella, pasó a ser un sitio donde ir a trabajar», aunque no han dejado de verlo como un lugar familiar. Es precisamente este halo tan cercano el que, aseguran, destacan los visitantes: «La magia de la casa museo está en su ambiente familiar», señala Rodrigo. Allí aprendieron a vivir con la figura de su tatarabuelo, como antepasado y como artista. «No es que jugáramos con los cuadros, pero sí interactuábamos con ellos y, al final, creas un vínculo muy especial con las obras», apunta Rodrigo. Todas esas obras, ese legado que 2016 ha puesto en valor con la celebración del Año Pinazo, es el que algún día pasará a sus manos. Para que llegue ese momento aún les queda camino por recorrer. De hecho, el próximo hito no será hasta 2049 cuando se celebre bicentenario del nacimiento del pintor, pero el relevo generacional «llegará mucho antes», coinciden Ignacio y Rodrigo entre risas.

Los seis alaban el trabajo que en la actualidad hacen sus padres y tíos al frente de la gestión y que ellos van incorporando a sus vidas poco a poco. El objetivo de todos ellos es, «como mínimo, mantener la misma calidad» en el trabajo.

Retos: los jóvenes y una fundación

Para Rodrigo el reto es llegar a un público más joven y para ello Pablo y Teresa apuntan a difundir la figura de Pinazo a través de las redes sociales y mediante herramientas de marketing. Ignacio, sin embargo, se muestra más escéptico y cree que, por ahora, hay que dirigirse a un público más interesado en el arte. «Bueno, el arte, y la cultura en general, requiere madurez, algo que quizás con 20 años no has alcanzado», matiza Rodrigo.

Teresa incide también en que uno de los grandes objetivos debe ser saber «mantener la obra unida, algo que puede ser complicado a medida que van pasando las generaciones». Rodrigo apunta en la misma dirección: «¿Y si a mi nieto no le interesa el arte y decide desprenderse del legado? Tenemos que atajar esa situación». Estos planteamientos confluyen en la creación de una fundación, materia en la que ya trabaja la familia, como avanzó Levante-EMV. «Es fundamental para mantener la obra junta», incide Ignacio.

Eugenio, por su parte, plantea un reto más terrenal, pero no menos necesario: «Conseguir dinero para mantener el legado». Por que, sí, conservarlo y restaurarlo «es costoso», explica Ignacio. «La suerte es que nuestra madre es restauradora», dice entre bromas.

En asuntos de dinero prefieren no meterse en harina. No hay un presupuesto establecido y sobre el valor de las obras explican que «depende del momento». Sí tienen claro que «sentimentalmente valen mucho», se apresura a intervenir Ignacio.

Todos coinciden en que no entra en sus planes desprenderse del legado. «Ni me lo he planteado, forma parte de mi vida», señala Clara, a lo que su prima Teresa añade: «Es parte de quién soy. Pinazo forma parte de mi vida, mi pasado, mi presente y mi futuro». «Haremos una buena piña y cada uno tirará del carro», dice Pablo. Es más, ser un Pinazo es para todos un «orgullo», «honor», «satisfacción» y «responsabilidad». Son algunas de las palabras que emplean cuando se les pregunta por su apellido.

Y aunque ninguno se dedica profesionalmente a la pintura „solo Eugenio asegura que sí tiene afición y que pinta personas, estaciones y estampas marinas„ todos tienen, al menos, una obra favorita de su tatarabuelo, al que además de como artista, ven más como parte de su familia. Por eso no ven el «legado» como una «obligación».

José Ignacio Casar Pinazo, aunque está presente en la conversación, prefiere ceder el protagonismo a sus hijos y sobrinos. Solo les hace una recomendación: «Que no vean la obra de Pinazo como una herencia, sino como un legado, con sus preocupaciones y alegrías, con responsabilidad. Como yo lo recibí de mis padres».

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