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Afición

Lírica a prueba de bombas

Los valencianos de entre 1936 y 1959 escucharon a Puccini y Verdi en el Principal, el Teatro Apolo y Viveros

Lírica a prueba de bombas

Mucha zarzuela y poca afluencia. Esa fue la apreciación -escrita sobre un manual- que empujó a Ernest Gonzàlez Fabra a tomar notas sobre todos los libros de historia de la música en València que encontraba. Y no para estudiarlos, sino para refutarlos. «Cuando leía esas cosas no me lo podía creer, ya que las podía negar con panfletos de la época en la mano», asegura el escritor, que colecciona programas de funciones líricas desde hace años, de los que se sirvió para contrastar la información que había sobre el número de representaciones operísticas en la ciudad de València. Él consiguió enumerar 570 entre 1936 y 1959, una cifra destacada para quienes pensaron que la tradición operística se inició en València con la inauguración de Les Arts en 2005.

Fruto del espíritu minucioso de Gonzàlez Fabra es Crónica de l´òpera representada a València (1936-1959). La Guerra Civil i la Postguerra (Institució Alfons el Magnànim, 2017), un relato detallado sobre la lírica valenciana en unos años en los que tuvieron lugar varios de los sucesos que marcaron la historia del cap i casal, como la Guerra Civil -después de ser capital de la II República durante un año-, la crisis económica y social del primer franquismo y la famosa Riada de 1957, que anegó la ciudad.

«Me sorprendió comprobar como esa etapa se había obviado en la historia de la lírica valenciana, así como se habían asumido afirmaciones contradictorias. De hecho, en un momento tan dramático como el de la València derrotada después de la Guerra Civil, cualquiera podía pensar que no habría ópera, un espectáculo costoso de producir. Pero nada de eso. Si la Guerra Civil acabó en abril, en junio ya se escuchó La Bohème en el Teatro Principal», explica Gonzàlez Fabra. Pese a que este jurista de la Acadèmia Valenciana de la Llengua admite que durante la Guerra Civil la ópera no tuvo un gran peso en la ciudad, asegura que ésta no desapareció «en absoluto». «Hubieron 22 funciones, todas de ópera española, más una italiana, que creo haber rescatado del olvido, donde cantó el gran tenor de Dénia, Antonio Cortis», y aclara: «No podía haber ópera italiana ni alemana. ¿Quién podía tener ganas de verlos si los aviones italianos eran los que bombardeaban València?».

Fuera de disipar la afición de la sociedad valenciana por la ópera, los teatros de la ciudad volvieron a programar funciones líricas. De hecho, tal y como asegura el escritor, la actividad era tal que emulaba el ritmo de funciones operísticas que Les Arts. «Después de la guerra, la dictadura tenía deseos de normalidad y la Italia de Mussolini era un referente cultural. Hasta la caída del fascismo italiano, hubieron grandes temporadas en las salas valencianas. No podía ser de otra manera, ya que Italia estaba en guerra con medio mundo y sus cantantes tenían pocos lugares donde actuar». Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, todo cambió, pues dejaron de acudir cantantes extranjeros a València. «Cuando los aliados pusieron sus pies en el continente, los italianos dejaron de venir. Ahí es donde comienza la supuesta crisis de la ópera en València, la que demuestro que nunca existió», explica Gonzàlez Fabra, que ve «lógico» el hecho de que la ciudad se convirtiera sin «comerlo ni beberlo» en uno de los escenarios operísticos con más actividad del continente. «En Europa no había ópera en ese momento. La Scala de Milan estaba destruida por un bombardeo aéreo, y el Convent Garden de Londres estuvo cerrado durante toda la guerra. En València se salvaron con dignidad las temporadas con cantantes valencianos y catalanes, y con un tenor italiano, casado con una valenciana. Participaron María Llácer, Mercedes Capsir, María Espinals o Pablo Civil», agrega. España se convirtió en ese momento en un trampolín para numerosos artistas, ya que «era aliada de Occidente, pero no tenia objeciones ideológicas contra los italianos». «València supo aprovecharse de ello, y vino el tenor Beniamino Gigli, el Pavaroti de la época».

El Teatro Principal, el Teatro Apolo, el Teatro Jardín, la Plaza de Toros o en el Jardín de Viveros durante la Fira de Juliol fueron algunos de los escenarios líricos más importantes. «La programación operística tenía una presencia tan destacada en València que la Diputación obligaba a la empresa gestora del Principal a programar 10 funciones de zarzuela y ópera en cada temporada», comenta el escritor, que asegura que la afición por la lírica en la ciudad era transversal y no entendía de bolsillos. «En el Principal se celebraban funciones benéficas y grandes galas para abonados dirigidas a la burguesía valenciana. Sin embargo, los ciudadanos más humildes podían ver ópera en los espacios abiertos de Viveros, donde las entradas no valían más que una entrada de cine».

González Fabra fija la crisis de la ópera en València a partir de 1947-1948, cuando artistas y empresarios del sector empiezan a ver más oportunidades en el exterior, y la ideología ultranacionalista hace mella en la sociedad valenciana, que llegó a escuchar en esos años a una Madama Butterfly en castellano. Pese a que la programación lírica vivió una recuperación en los 50, ésta no levantó cabeza tras la Riada de 1957. «Cuando llegó el desastre, la ópera en València ya estaba inmersa en su peor crisis. La lírica estaba casi en coma».

Puccini y zarzuela

Una de las demandas de los críticos de teatro de la época que narra el escritor es la escasa variedad de representaciones, ya que la mayoría era italianas -muchas de Puccini- o zarzuelas, lo que impedía a los valencianos adquirir un mayor gusto operístico. Copaban los programas óperas como La Bohème, Rigoletto, Marina... lo que evidenciaba el escaso riesgo empresarial en la ciudad. «Los críticos se quejaban porque el público no podía aprender de las representaciones alemanas o de compositores como Mozart». Algo que ha cambiado radicalmente con Les Arts, según Gonzàlez Fabra. «El punto de inflexión definitivo en la historia de la ópera en València lo marcó la inauguración del Palau de les Arts, con el que volvió la programación continua de ópera, y de gran calidad. Con este auditorio hemos vuelto a los dorados años 20», concluye.

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