Las decisiones presidenciales, si no son acertadas, inducen al error. Lo peor que le puede pasar a una plaza de toros que se precie como de cierta categoría y respeto es que un usía pierda el norte y condicione con un dictamen erróneo el devenir de toda una tarde y, de paso, convierta la plaza en un auténtico manicomio. ¿Era el toro cuarto merecedor de la vuelta al ruedo? Categóricamente no. ¿Era el sexto toro merecedor del indulto? Para un servidor, tampoco. Contéstenme los aficionados más veteranos si el tal «Pasmoso» ha sido uno de los tres mejores toros que han visto lidiar en València en su más que centenaria historia. Quizás, la rotundidad de mi respuesta se entienda en la contestación que ustedes hagan a esta última pregunta.

Vaya por delante que el citado sexto fue un buen toro, extraordinario en la muleta, con movilidad. prontitud, fijeza y recorrido. Cumplió sin más en varas, pese a derribar al piquero en la primera entrada; en la segunda, simple y llanamente se dejó pegar. Tampoco es que andara sobrado de fuerzas y nunca tomó con humillación la muleta de López Simón. El problema de todo lo acontecido en el toro que cerraba plaza y feria, una vez mencionada la incomprensible actitud presidencial en el cuarto, reside simple y llanamente en que hemos hecho creer al respetable que el indulto de un toro bravo es un trofeo, el máximo quizás que se pueda otorgar en un coso taurino, cuando la realidad es bien distinta. Al toro excepcional se le perdona la vida para salvaguardar la raza, no para que diez mil espectadores que han pagado su entrada se vayan a sus casas con la ilusión de creer que han visto lo máximo que pueden contemplar en un ruedo. Flaco servicio le estamos haciendo entonces a la tauromaquia.

Abran el reglamento. Artículo 83 del capítulo 4. Dice, y cito textualmente: «Cuando una res, por su trapío y excelente comportamiento en todas las fases de la lidia sin excepción, sea merecedora del indulto al objeto de su utilización como semental para preservar en su máxima pureza la raza y casta de las reses». No dice nada de que el indulto sea un trofeo. De hecho, estos están reglamentados en el artículo anterior al citado, el 82, y dice: «el presidente, a petición mayoritaria del público, podrá ordenar mediante la exhibición del pañuelo azul, la vuelta al ruedo de la res que, por su excepcional bravura, sea merecedora de ello». Por cierto, señor Martínez, ¿me podría usted explicar en qué momento observó ayer que la mayoría del público le pedía la vuelta al ruedo del cuarto toro? Yo, desde luego, no lo recuerdo.

Si pretendemos que la fiesta de los toros sea algo que dependa exclusivamente de los estados de ánimo de un señor y de parte de un público que quiere amortizar a toda costa la entrada, además de los intereses no siempre claros de algunos taurinos, estaremos abocando a este bello arte a languidecer lentamente hasta su extinción.