Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

¿Era la misma orquesta?

Obras de Hosokawa, Bruch

y Richard Strauss

palau de la música

Int. Orquesta de València. Director: Alexander Libreich. Solista: Renaud Capuçon, violín.

Por un momento, pensé que era una apreciación subjetiva. Para nada: no fui el único. La Orquesta de València se mostró con un sonido totalmente diferente después de sólo 4 días de ensayos con el maestro bávaro Alexander Liebreich (a quien los propios profesores aplaudieron después del primer encuentro) superando todas las expectativas ante su debut valenciano. Y así lo entendió el público de abono del Palau desde el primer momento. Liebreich eligió un programa riguroso, imponiendo, incluso, una obra de reciente factura, del japonés Hoshio Hosokawa (Hiroshima 1955), la sobrecogedora Meditation, dedicada a las víctimas del tsunami del 2011. Escrita con un lenguaje reverencial, instrumentalmente densa, donde el amplio despliegue de la percusión es fundamental, Hosokawa plasma el antes y el después de aquel desastre natural con momentos de los que no es posible abstraerse sin sentirse sacudido por los escalofríos y la emoción que el autor consigue provocar en el auditorio. La orquesta, híper atentos a las indicaciones del maestro, respondió con pulcritud ante el desafío que siempre supone una obra desconocida.

Con un pulso envidiable, Renaud Capuçon (Chambery 1976) planteó su versión del Concierto nº 1 para violín Op. 26, de Bruch, como el gran virtuoso que es. Basado en una técnica impecable y un asombroso manejo del arco, con la punta o el talón, Capuçon tocó su Guarnieri del Jesu con total control y sin nimiedades, buscando la emoción desde el fraseo y venciendo, desde el Preludio, las no pocas emboscadas que guarda la escritura de Bruch insuflando la frescura y vitalidad que recorre toda la partitura. Con la Melodía de Orfeo y Euridice de Gluck ratificó que es uno de los grandes violinistas de la actualidad. Pero la grandeza de Liebreich iba a revalidarse con la Muerte y transfiguración de Richard Strauss, uno de sus varios poemas sinfónicos, poniendo el orden necesario entre sus músicos de manera que escuchamos una orquesta prácticamente «digitalizada», brillante en el metal , inspirada en la madera y recreada en las cuerdas sin olvidar el cometido puntual de las dos arpas. Dirigió con elegancia, obteniendo un sonido envolvente y siempre con un impulso que facilitó a los músicos motivarse en complicidad con el maestro. Una orquesta transfigurada.

Compartir el artículo

stats